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El arrepentimiento es la base de la fe

El arrepentimiento es la base de la fe

El arrepentimiento sincero comienza cuando se le permite a Jesús entrar en nuestra vida y limpiar todas las áreas que están haciéndonos daño. Lo demás, puede ser fructífero pero quizá con mucho dominio y muy seguramente con la idea de: “peco, confieso y empato”.

Desde pequeños aprendemos que el arrepentimiento implica dolor en el corazón por haber ofendido a Dios o sea la contrición de corazón. Desafortunadamente, cuando el corazón está endurecido se habla por hablar pero sin ningún propósito.

El Señor Jesucristo vino precisamente a hacernos más fácil esta tarea. Murió y padeció por nuestros pecados sin tener culpa alguna, para ser justificados ante Dios (2 Co. 5:21). Por consiguiente, el arrepentimiento genuino, que se da en el momento de recibir a Cristo en el corazón, debe llevarnos a dar fruto de verdad. Fruto que demuestre amor, misericordia, compasión, justicia y perdón al prójimo. Aparte de esto, debemos entender que la sangre de Cristo nos limpia de todo pecado y que seremos por ella, reiteradamente restaurados para continuar la marcha. Dios crea un corazón limpio nuevamente (Sal. 51:10).

El arrepentimiento es la base de la fe, y la fe se basa en reconocer a Jesús como Señor y Salvador “Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para ser justificado, pero con la boca se confiesa para salvación” (Ro. 10:9-10). Esta confesión será la que nos llevará al arrepentimiento sincero. “Tú, oh Dios, no desprecias al corazón quebrantado y arrepentido” (Sal. 51:17b).

Dios está a la puerta de tu vida, listo a prodigarte su perdón, déjale entrar para que Él te trasforme y puedas dar frutos de verdadero arrepentimiento. Si deseas podemos orar:

Señor Jesús, hoy te abro la puerta de mi vida para entres en mi corazón. Confieso con mi boca que eres Dios, que yo soy pecador, que te necesito y te recibo como mi Señor y Salvador. Lávame Señor y límpiame completamente con tu preciosa sangre. En tu nombre Jesús, te doy las gracias por hacerlo. Amén.

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