Proverbios 16-19 y Romanos 4-5
“La insensatez del hombre pervierte su camino,
Y su corazón se irrita contra el Señor”.
(Prov. 19:3)
Años atrás, el doctor Kim Adcock, jefe de radiología del Kaiser Permanente de Denver, Colorado, empezó una revolución en el área de las mamografías. Él tomó la decisión de guardar los registros de los casos que los doctores a su cargo no habían sabido diagnosticar, imprimiendo los resultados y convirtiéndolos en gráficos y cuadros. El terreno que pisaba era controversial y peligroso ya que ponía en peligro la autonomía y el prestigio de los doctores. Al mismo tiempo se ponía en juego la estabilidad de la institución al existir la posibilidad de ser llevados a juicio por las mujeres cuyos diagnósticos fueron errados. Los resultados de sus estudios trajeron como consecuencia el despido de uno de sus doctores que no había podido descubrir 10 casos de cáncer en 18 meses. Otros dos fueron despedidos en los siguientes dos años. Además, reasignó a otros 8 doctores que no reunían las características requeridas para realizar la tarea prevista.
El trabajo del doctor Adcock ha permitido un mayor nivel de seguridad en el diagnóstico a través de mamografías. Los doctores ahora analizan continuamente sus errores, buscando patrones significativos que ellos no hubieran detectado en una sola observación. Aunque se han tenido que bajar de su pedestal de infalibilidad, aprender de sus errores los está convirtiendo en verdaderos especialistas confiables. El doctor Adcock dijo que él ha tenido presente en sus investigaciones la más grande de todas sus obligaciones: “Yo estoy protegiendo a los pacientes aun de mí mismo”.
Aprender de nuestros errores no es tarea fácil. A nadie le gusta aceptar sus debilidades. Más de una vez hemos sido descubiertos actuando como niños que tratan de ocultar sus errores para evitar ser descubiertos. Es como el niño que niega haberse comido un chocolate aunque tenga toda la boca manchada de dulce. Empieza primero a justificarse con razones pueriles e inverosímiles. Cuando las razones se vuelven sinrazones, se pasa al llanto y las súplicas que ya no lo librarán del castigo por su desobediencia y mentira.
Detrás de la incapacidad de reconocer un error hay orgullo y mucha dureza de corazón que inevitablemente llevarán a la caída.
Pillar a un niño en sus errores no es tan difícil, pero hacer que un adulto reconozca que ha cometido un error puede convertirse en una titánica y casi imposible tarea. Reconocer un error adulto puede tomar años y mucho dinero en tribunales y abogados. Detrás de la incapacidad de reconocer un error hay orgullo y mucha dureza de corazón que inevitablemente llevarán a la caída. Bien dice el maestro de sabiduría: “Delante de la destrucción va el orgullo, Y delante de la caída, la arrogancia de espíritu” (Prov. 16:18).
¿Cómo reaccionamos cuando las cosas salen mal? ¿Qué hacemos cuando no sabemos por dónde empezar a solucionar el problema que nuestros errores han fomentado? ¿Somos como el personaje del pasaje del encabezado, al que le gusta culpar a Dios o a los demás en vez de reconocer su responsabilidad personal en los fracasos de su propia vida? Es necesario que refresquemos nuestras conciencias con algunos proverbios prácticos que nos enseñarán a combatir nuestra incapacidad de reconocer nuestros errores:
1. “Todos los caminos del hombre son limpios ante sus propios ojos, Pero el Señor sondea los espíritus” (Prov. 16:2). No basta con nuestra propia justificación o con la evaluación que hagamos de nosotros mismos. Es evidente, además, que somos los peores calificadores de nuestros propias acciones. El proverbista nos advierte que es un hecho que no podremos nunca hacer una correcta evaluación en solitario de nuestros caminos. Para nosotros, todo lo que hagamos siempre será limpio delante de nuestros ojos. Nuestra miopía evaluadora es insuficiente, pero el saber que el Señor está atento y sopesando nuestro espíritu, puede darnos la sobriedad suficiente para saber que Él está evaluando cada una de nuestras acciones y debemos ir a Él y a su Palabra para poder conocer la realidad de nuestras intenciones y acciones. Finalmente, “Muchos son los planes en el corazón del hombre, mas el consejo del SEÑOR permanecerá” (Prov. 19:21).
2. “Abominación al SEÑOR es todo el que es altivo de corazón; ciertamente no quedará sin castigo” (Prov. 16:5). Nos cuesta reconocer nuestros errores porque el orgullo nos impide aceptar que no somos tan brillantes o perfectos como quisiéramos ser reconocidos por los demás. Nos cuesta reconocer nuestros errores porque pensamos que perderemos lo que hemos ganado o nuestra posición. Pero, ¿será eso lo mejor? El Señor nos dice, “Mejor es ser de espíritu humilde con los pobres que dividir el botín con los soberbios” (Prov. 16:19). Reconocer nuestros errores requerirá que paguemos un precio alto, pero nos devolverá la paz y, sobre todo, “El que adquiere cordura ama su alma; el que guarda la prudencia hallará el bien” (Prov. 19:8).
3. “El que vive aislado busca su propio deseo, contra todo consejo se encoleriza” (Prov. 18:1). Una persona que no reconoce sus errores se pone en evidencia porque tiende a enojarse cuando le hacen ver su error. Es alguien que prefiere aislarse y creer que si no escucha voces discordantes ese error desaparece con el aire de la mañana. ¡Y eso no es cierto! No hay mejor cura para aceptar nuestros errores que aprender a escuchar con ambos oídos. Bien dice el proverbista, “Escucha el consejo y acepta la corrección, para que seas sabio el resto de tus días” (Prov. 19:20).
Si soy cristiano ya no tengo porque tratar de ocultar errores, porque finalmente ya todos fueron expuestos por mi Señor y Salvador. Gracias a Dios, ya no hay nada que ocultar ni nada que temer.
4. “Encomienda tus obras al Señor, Y tus propósitos se afianzarán” (Prov. 16.3). Te hago algunas preguntas: ¿Podrías presentar delante de Dios aquello que se te está reprochando o que ocultas para que no sea descubierto? ¿Serías capaz de defender ante el Señor aquellas cosas que otros te están demandando? Exponer nuestros pensamientos ante Dios es la oportunidad precisa para que Él pueda ayudarnos, no solo a mantenernos en nuestras ideas y planes, sino también a modificarlos, mejorarlos, o simplemente aceptar que hemos fallado o nos hemos equivocado. Es bueno saber que nuestro buen Dios soberano no es un simple observador de nuestro caminar porque, “La mente del hombre planea su camino, Pero el Señor dirige sus pasos” (Prov. 16:9).
Al principio de nuestra reflexión dijimos que reconocer un error no es una tarea fácil. Alguien dijo alguna vez que una teoría o una idea no morirá hasta que su terco proponente no esté a tres metros bajo tierra. La realidad es que nuestro corazón endurecido e incapaz de reconocer errores es producto de nuestra separación de Dios, del vivir en oscuridad y alejados de la luz. Sin embargo, Jesucristo no ocultó nuestros errores. Por el contrario, los expuso en la Cruz del Calvario y los pulverizó pagando por ellos en nuestro lugar. Así lo dice Pablo, “… así como el pecado reinó en la muerte, así también la gracia reine por medio de la justicia para vida eterna, mediante Jesucristo nuestro Señor” (Ro. 5:21). Si soy cristiano ya no tengo porque tratar de ocultar errores, porque finalmente ya todos fueron expuestos por mi Señor y Salvador. Gracias a Dios, ya no hay nada que ocultar ni nada que temer. Jesucristo me ofrece perdón para mis pecados y errores y una nueva vida para poder rectificarlos y sanar.
Finalmente, si entendemos que un “error lo puede cometer cualquiera”, debemos también entender y aceptar que “reconocer un error no nos convierte en un cualquiera”. Por el contrario, aceptar un error nos enriquece y nos hace crecer como humanos y como cristianos, “Porque mientras aún éramos débiles, a su tiempo Cristo murió por los impíos” (Ro. 5:6).
Fuente: Coalición por el Evangelio