Para seguir al Pastor son necesarias dos cosas: escuchar su voz y confiar, abandonarse a sus cuidados.
Desgraciadamente muchas veces nos perdemos por los muchos caminos de este mundo, porque por orgullo o por obstinación, insistimos en caminar por donde queremos y no por el camino que Dios quiere que sigamos. El camino de Dios puede no ser el más fácil, o el más corto, pero con certeza, Él nos lleva por los caminos más acertados. Cómo es desagradable en un viaje largo equivocarse de camino. Increíble, cómo el lugar deseado nunca parece llegar.
Nuestra vida en la fe también es así. Si no nos dejamos guiar por Dios, nos equivocamos de camino, y nos atrasamos en alcanzar lo que tanto deseamos: la verdadera felicidad.
Es mucho más fácil rezar con el salmista el salmo 23:
“Yahveh es mi pastor, nada me falta.
Por prados de fresca hierba me apacienta. Hacia las aguas de reposo me conduce, y conforta mi alma; me guía por senderos de justicia, en gracia de su nombre.
Aunque pase por valle tenebroso, ningún mal temeré, porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado, ellos me sosiegan.
Tú preparas ante mí una mesa frente a mis adversarios; unges con óleo mi cabeza, rebosante está mi copa.
Sí, dicha y gracia me acompañarán todos los días de mi vida; mi morada será la casa de Yahveh a lo largo de los días”.
Sin embargo, parece que no es tan fácil de vivir. ¿Será que estamos dejando que Dios nos guíe? ¿Qué voz hemos escuchado? ¿La voz de nuestro egoísmo, la voz del mundo o la voz de nuestro pastor?
Jesús dijo: “Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas” (Jn 10,14-15).
Para seguir al Pastor son necesarias dos cosas: escuchar su voz y confiar, abandonarse a sus cuidados.
Para escuchar a Dios es necesario tener intimidad con Él. ¿Será que hemos buscado estar con el Señor? ¿Con qué frecuencia? ¿Cómo está nuestra vida de oración? ¿Nuestros oídos y corazón están atentos a sus llamados?
Para abandonarse es necesario creer en esto: Dios nos conduce en nuestro caminar hacia Él. Es él mismo quien realiza en nosotros la santificación; no tenemos poder para guiar nuestra santificación. Sólo Dios sabe el camino que tenemos que recorrer para llegar a ella; y Él nos lleva por ese camino cuando nos abandonamos confiados en sus manos.
Está en nosotros entregarnos dócilmente en sus manos como el barro en las manos del alfarero, como ovejas en los brazos del pastor, como el niño que es llevado por el padre, tomado de su mano, sin preguntar qué esta haciendo con nosotros. Eso es abandonarse en Dios. Nosotros no sabemos lo que necesitamos, mucho menos cuál es el camino mejor a seguir, sólo Él sabe por qué nos creó y tejió cada fibra de nuestro ser en el vientre materno, como dice el Salmo 139.
El padre Joseph Schrijvers, autor de un libro fabuloso llamado: “El don de sí”, insiste en esto: “Vivir cada instante el don de sí, es un acto de amor a Jesús en cada momento, acogiendo sin preguntar, lo que el Artista divino está haciendo”.
Necesitamos aprender a abandonarnos en los brazos del Padre cada día. Es un ejercicio de fe.
Podemos comparar el abandonarse en Dios con lo que Miguel Ángel hacía con un bloque de piedra. Él decía a sus alumnos, al enseñarles a trabajar con la escultura: “Ahí dentro hay un ángel, vamos a sacarlo. Vamos a quitar con el cincel, cariñosamente, lo que sobra”. Y el mármol necesita quedarse quieto y aceptar todos los golpes del Artista. Es la obra de Dios en nosotros. Sólo un corazón que ama a Dios entiende y acepta todo eso.
Es curioso cómo hasta en la gramática acostumbramos a usar el término “abandonarse” como verbo reflexivo, es decir, cuando el sujeto practica y recibe una acción. No es común abandonarse a sí mismo. Sin embargo, en la andadura de la fe, el lenguaje es diferente. La gramática de Dios es otra. Para hacer la voluntad de Dios, y no perdernos en el camino, es necesario abandonarnos a nosotros mismos para confiar única y exclusivamente en las manos de Dios que es Padre, es Pastor. Eso exige de nosotros actitudes de fe, confianza, humildad y perseverancia, para que frente a las muchas adversidades que enfrentamos en la vida, no languidezcamos, al contrario, que podamos sentir la verdadera paz de quien realmente cree que Dios está cuidándolo todo. Pues un buen pastor, jamás dejaría que se perdiera su oveja.
Fuente: Aleteia