En Romanos 7, el apóstol Pablo habla de hacer lo que uno odia, pero el mismo es quien escribe sobre ser completamente libres del pecado. (Romanos 6:22)
En este contexto, «habiendo sido libertados del pecado» significa que hemos sido liberados del poder del pecado. ¡El pecado ya no reina sobre nosotros! (Romanos 6:12)
¿Has sentido el pecado como una fuerza poderosa en tu vida? Es claramente evidente que el pecado, que hemos heredado por causa de la caída, está presente en nuestros miembros – lo podemos ver en las cosas que decimos y hacemos. Naturalmente, estamos muy lejos de la pureza que es en Cristo. ¡Sin embargo, la Palabra de Dios también deja en claro que no tenemos que obedecer al pecado en sus deseos!
Nos volvemos esclavos de aquel que obedecemos, ya sea del pecado para muerte, o de la justicia para vida y paz. Cuando elegimos servir a Dios y tener un sentir para hacer su voluntad, vemos que hay dos fuerzas en nuestra carne mortal. Por un lado, tengo las riquezas indescriptibles de «la abundancia de la gracia y del don de la justicia», pero también tengo «otra ley en mis miembros»: mi propia naturaleza pecaminosa. (Romanos 5:17 y Romanos 7:23)
¡Es mi elección si quiero ser libre del pecado!
Yo soy el que decide a quien voy a servir. Es asunto de mi propia voluntad. ¡No puedo evitar la tentación, pero no tengo que obedecerla!
Cada uno es tentado cuando de sus propios deseos es atraído. (Santiago 1:14) El deseo que nos atrae es el pecado en nuestra propia carne (nuestra propia naturaleza pecaminosa). Sin embargo, hay unas pequeñas palabras a las que debemos prestar mucha atención: «Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado.» Santiago 1:15. ¡Podemos recibir poder de Dios para vencer cuando somos tentados, de modo que este «entonces» no nos lleve a cometer pecado! La tentación sólo puede hacernos cometer pecado si cedemos ante ella (es decir, estar de acuerdo a ella). Sin embargo, esto es lo que ya no queremos. Por el contrario, nuestra mente y voluntad son para servir a la ley de Dios. (Romanos 7:25)
Pablo dijo que tenía una mente y estaba dispuesto a hacer la voluntad de Dios, y en el mismo versículo dice que sirve a la ley del pecado con su carne. En otras palabras, sirve a la ley de Dios con su mente y, al mismo tiempo, sirve a la ley del pecado con su carne. ¿Qué significa esto?
«Hacemos las cosas que odiamos»
Si relacionamos estos versículos con nuestra vida cotidiana, podremos entenderlo mejor. Piensa en la persona más espiritual que conoces. Se esfuerza al máximo para obedecer a Dios, y ha logrado grandes cosas. Sin embargo, cuando llegas a conocerlo mejor, empiezas a ver muchos aspectos de su vida que son meramente humanos y que en ningún caso un resultado del Espíritu Santo y la nueva vida. A pesar que todo el deseo de esta persona es cumplir la voluntad de Dios con su vida, sigue haciendo cosas que tienen la raíz en su carne (su naturaleza pecaminosa). Aquí vemos que sirven a «la ley del pecado» con su carne (esto no es lo mismo que la «ley del pecado y la muerte» que es el resultado de servir conscientemente al pecado), a pesar de que toda su mente está puesta en servir a «la ley de Dios.»
Entonces, ¿qué debería hacer con estas obras que vienen de su propia carne? Las Escrituras dan la respuesta: Cuando vea algo en sí mismo que no es fruto del Espíritu Santo, debiera llevarlo a la muerte – en otras palabras, juzgarlo – porque es el fruto de «otra ley en sus miembros.» (Romanos 8:13)
Dos tipos de libertad
Este ejemplo también indica que hay en realidad dos tipos de liberación del pecado.
- La primera es la liberación de la ley del pecado y la muerte. (Romanos 8:2) En Colosenses 2:11 está escrito que nos hemos despojado «del cuerpo pecaminoso carnal» (el cuerpo que cometía y servía al pecado), por la circuncisión de Cristo. En otras palabras, dejamos de cometer pecado conscientemente. Esta es la primera liberación.
- La segunda liberación es un proceso – un crecimiento – mediante el cual nos liberamos gradualmente de «la ley del pecado en nuestros miembros.» La segunda liberación ocurre de forma gradual, como está escrito en Filipenses 3:7-16. Esta liberación es el proceso para ser hechos perfectos. Pablo aún no había sido perfeccionado. Todavía servía a la ley del pecado con su carne, a pesar que su mente estaba totalmente al servicio de la ley de Dios.
El hecho es que la carne, nuestros propios deseos y pasiones pecaminosos, no puede estar sujeta a la ley de Dios. Mientras el más mínimo rastro de carne permanezca en nosotros, se manifestará de una manera u otra.
¡Sigue a Jesús!
¿Qué debemos hacer? La única manera de terminar con el pecado en la carne es ir por el mismo camino Jesús anduvo. Está escrito que él es nuestro precursor, y Él abrió este camino a través de la carne para que le siguiéramos. «Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca.» 1 Pedro 2:21-22. Seguir las pisadas de Jesús significa que ya no cometemos pecado de ningún tipo, y esto es posible a través del poder del Espíritu Santo, al negarnos a nosotros mismos y al odiar los deseos en nuestra carne. Entonces, el pecado que tenemos es llevado a la muerte en nuestro interior, dentro de nosotros, de modo que ningún pecado es consumado.
Debemos prestar atención sobre nosotros mismos y conscientemente tratar de reconocer cualquier cosa que viene de nuestra carne. Todo esto debemos condenarlo y cambiarlo para que la próxima vez nuestras acciones sean más perfectas. Así, avanzamos de luz en luz y de fuerza en fuerza. ¡En realidad, somos liberados del pecado!
«Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento; pues quien ha padecido en la carne, terminó con el pecado, para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios.» 1 Pedro 4:1-2.
Fuente: Cristianismo Activo