La conciencia está haciendo una reaparición entre los cristianos. En los últimos años, se ha hecho referencia al término conciencia cada vez más en los debates que se producen tanto en nuestras iglesias (por ejemplo, apelaciones a la conciencia sobre cuestiones morales) y la esfera pública (por ejemplo, defendiendo el derecho de la conciencia). Se habla mucho sobre la conciencia, pero ¿qué significa exactamente?
El concepto general de conciencia se puede encontrar en casi todas las culturas humanas, pero para los cristianos tiene un significado único y distintivo. El término griego para la conciencia (suneidesis) aparece más de dos docenas de veces, y sirve a un concepto importante, sobre todo en las epístolas paulinas.
Si examinamos la forma en que la Escritura habla de la conciencia nos permite descubrir cinco temas generales:
1. La conciencia es una capacidad racional interna que da testimonio de nuestro sistema de valores.
Hace algunas décadas, una figura común en comedias y dibujos animados era el ángel/diablo sobre el hombro. El conflicto interno de una persona fue personificado por tener un ángel, que representa la conciencia, en el hombro derecho y un diablo, que representa la tentación, en el hombro izquierdo. Este tipo de imágenes folclóricas dio a la gente la falsa impresión de que la conciencia era como una sala interior en la cual una persona puede escuchar la voz de Dios (una “buena conciencia”) o el diablo (una “mala conciencia). Una visión más bíblica es considerar al hombro ángel/diablo como testigos representantes de nuestro sistema de valores interno.
Nuestra conciencia es una parte de nuestras facultades internas dadas por Dios, un sentido interno fundamental que da testimonio de las normas y valores que reconocemos al determinar bien o mal. La conciencia no opera como juez o legislador, los cuales son versiones modernas del concepto. En cambio, en el sentido bíblico, la conciencia sirve como un testimonio de lo que ya sabemos (Rom. 2:15, 9:1).
La conciencia puede inducir un diálogo interior para decirnos lo que ya sabemos, pero más a menudo simplemente se hace presente a través de nuestras emociones. Cuando nos conformamos a los valores de nuestra conciencia sentimos una sensación de placer o alivio. Pero cuando violamos los valores de nuestra conciencia, nos induce angustia o culpabilidad.
John MacArthur describe la conciencia como “un sistema integrado de alerta que nos indica cuando algo que hemos hecho está mal. La conciencia es a nuestras almas lo que los sensores de dolor son a nuestros cuerpos: inflige sufrimiento, en la forma de culpabilidad, cuando violamos lo que nuestros corazones nos dicen que es correcto “.
2. La conciencia es una guía confiable siempre y cuando sea informada y gobernada por Dios.
En el 2004, unos días antes de que se convirtiera en candidato para el Senado de los EE.UU, Barack Obama se sentó con Cathleen Falsani, una periodista de religión, para hablar de su fe. Cuando Falsani le preguntó: “¿Qué es el pecado?”, Obama respondió: “Estar fuera de alineación con mis valores.”
Aunque hay una gran cantidad de error, teológicamente hablando, con esa respuesta, sí contiene una pizca de verdad. Lo que el Sr. Obama describía como “estar fuera de alineación con mis valores” es lo que podríamos llamar “violar nuestra conciencia.” Violar nuestra conciencia en verdad es un pecado (como veremos en un momento). Pero lo que hace que algo sea un pecado no es simplemente estar fuera de alineación con nuestros valores, sino elegir nuestra voluntad sobre la voluntad de Dios.
Por tanto, nuestra conciencia es confiable solamente cuando no nos lleva a elegir nuestra voluntad sobre la voluntad de Dios. Como explica RC Sproul,
“Tenemos que recordar que el actuar de acuerdo a la conciencia a veces puede ser pecado. Si la conciencia está mal informada, entonces buscamos las razones de esta falta de información. ¿Está mal informada, porque la persona ha sido negligente en el estudio de la Palabra de Dios?”
Un buen ejemplo de cómo nuestra conciencia puede llevar a cristianos y no cristianos al pecado es cuando violamos, o abogamos por la violación de las ordenanzas de la creación. Entre las ordenanzas de la creación están los mandatos claros para preservar la santidad del vínculo matrimonial entre un hombre y una mujer, la necesidad y la conveniencia del trabajo piadoso, y la observancia del sábado (Gén. 2:1-3, 15, 18-24 ). Nuestra conciencia dan testimonio a la realidad y verdad de estas ordenanzas, y nosotros somos culpables de pecado cuando las negamos o rompemos.
3. La conciencia debe estar subordinada e informada por la Palabra revelada de Dios.
La conciencia no puede ser nuestra autoridad ética final ya que es, a diferencia de la Palabra revelada de Dios, variable y falible. Sin embargo, con demasiada frecuencia los cristianos invierten el orden y tratan de usar su conciencia con el fin de juzgar a Dios y su Palabra. Muchos cristianos afirman, por ejemplo, “No podría adorar a un Dios que dice [una declaración clara de la Biblia]” o “Yo no podía creer en un Dios que haría [algo que la Biblia afirma que Dios le dijo claramente a alguien que hiciera]”.
Al hacer tales declaraciones puedan estar apelando a su conciencia. Pero en tales casos, sus conciencias están siendo informadas por Satanás, no por Dios. La conciencia de una persona puede hacer que ella cuestione una interpretación particular de la Escritura. Pero nuestra conciencia nunca podrá legítimamente juzgar a un Dios santo o a su santa Palabra. Cuando nos encontramos pensando “¿Dijo Dios realmente?” cuando la Escritura dice claramente que lo hizo, entonces sabemos que está hablando la serpiente y no el Salvador. (Génesis 3:1)
4. Actuar deliberadamente contra la conciencia es siempre un pecado.
Sam Storms dice “La conciencia del cristiano está obligada y atada sólo por lo que la Biblia manda o prohíbe, o por lo que puede ser legítimamente deducir de un principio bíblico explícito.” Nuestra conciencia siempre debe ser informada por lo que Dios ha hablado. Pero, ¿que si estamos equivocados acerca de lo que la Biblia manda o prohíbe? ¿Qué pasa si por ejemplo, creo que la Biblia prohíbe cualquier forma de baile, y sin embargo me voy a bailar el sábado por la noche? ¿Es eso un pecado?
En ese caso, sería un pecado bailar ya que estaría actuando de una manera en la que yo creo que está mal.
Imagínese si yo fuera a la casa de un vecino y viera una billetera tirada en el suelo. Rápidamente tomo el dinero de ella pensando que es la cartera de mi vecino. Más tarde me doy cuenta que no era la billetera de mi vecino en absoluto -era la mía que se había caído de mi bolsillo. ¿A pesar de que era mi propio dinero, aún sería culpable de robo? Sí, ya que tenía la intención de hacer el mal.Tenía la intención de robar – con la intención de a violar los mandamientos de Dios – a pesar de que yo estaba equivocado sobre el objeto de mi robo.
Como dice Pablo: “Porque todo lo que no proviene de fe, es pecado” (Romanos 14:23)”. R.C. Sproul expande este verso diciendo:
“Si hacemos algo que creemos que es pecado, incluso si estamos mal informados, somos culpables de pecado. Somos culpables de hacer algo que creemos que es incorrecto. Actuamos en contra de nuestras conciencias. Esto es un principio muy importante. Lutero estaba en lo cierto cuando dijo: “no es seguro ni saludable actuar en contra de la conciencia.”
Sproul añade que “la conciencia puede excusar cuando debería acusar, y también puede acusar cuándo debería estar excusando.” Si bien debemos desafiar las percepciones erróneas de lo que la Biblia ordena y prohíbe, hay que tener cuidado de animar a la gente que todavía no son maduros en la fe o están poco desarrollados en el conocimiento de la Escritura, a actuar en formas que violan su conciencia no desarrollada o inmadura.
5. La conciencia puede ser suprimida por el pecado.
Si queremos desarrollar un hábito positivo, tenemos que realizar una acción repetidamente, hasta que se convierta en un reflejo automático. El mismo proceso ocurre cuando caemos en pecado. Cuando pecamos, rechazamos la autoridad de Dios. Si repetimos nuestro pecado, con el tiempo, el rechazo de la autoridad de Dios se convierte en un reflejo automático.
Incluso los no creyentes, que por naturaleza conocen la revelación general de Dios, como lo son sus atributos invisibles, las ordenanzas de la creación, y las Leyes de Noé, empiezan a negar este conocimiento a causa del pecado. Pablo dice que por nuestra injusticia suprimimos la verdad. Ellos piensan que son sabios, pero su pecado los hace tontos. Eventualmente, Dios los entrega a sus mentes reprobadas (Rom 1:24).
Los creyentes también están en peligro de caer en este patrón destructivo. A veces, nuestro pecado nos lleva a dudar de la realidad misma de Dios. Cuando negamos la autoridad de Dios empezamos a dudar de su existencia para que así podamos tranquilizar nuestra conciencia acerca de su juicio. (No toda duda es causadas por el pecado, pero el pecado casi siempre conduce a dudas.) El pecado puede causar que nuestra conciencia sea “cauterizada” y “corrompida” y totalmente desconfiable (1 Tim. 4:0, Tito 1:15).
Es por esto que para proteger nuestra conciencia y mantenerla en buenas condiciones debemos de predicarnos el evangelio a nosotros mismos todos los días. Debemos pedir al Espíritu Santo que nos convenza de pecado, y nos guíe a la justicia, y nos recuerde el juicio del cual somos salvos por nuestra unión con Cristo Jesús. Sólo es entonces que nuestra conciencia puede cumplir su fin de ayudarnos a conformarnos a los valores de nuestro Creador.
Fuente: Coalición por el Evangelio