La conversión consiste en volverse del pecado a Cristo (Hch 20:21; Mt 4:17). Dejar el pecado es arrepentimiento y volverse a Cristo en fe (Ef 2:8). Entonces, la conversión es una forma abreviada para arrepentimiento y fe. Las Escrituras hablan de conversiones tanto dramáticas como tranquilas.
Una dramática se da cuando Cristo encontró a Pablo, también conocido como Saulo, en el camino a Damasco y lo derribó con su poder. Cuando Saulo preguntó: “¿Quién eres, Señor?” Cristo lo asombró: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues” (Hch 9:5). Saulo creyó en Cristo e invocó su nombre (22:16). La conversión de Timoteo, por el contrario, fue tranquila. Su padre era un griego inconverso, pero eran cristianas su madre, Eunice, y su abuela, Loida (Hch 16:11; 2 Ti 1:5). Timoteo conoció desde la niñez la Palabra de Dios, la cual habla de la aplicación de la salvación mediante la fe en Cristo, en quien había creído (2 Ti 3:14-15).
La conversión se da en el contexto de la salvación y forma parte de una serie de sucesos espirituales efectuados por Dios. Se distingue del plan de Dios para salvación antes de la creación (predestinación, elección) y su realización de la salvación en Cristo en el siglo I (la muerte y resurrección de Jesús). La aplicación de la salvación incluye muchos elementos, cada uno de los cuales ayuda a explicar la salvación de manera distinta.
El aspecto general es la unión con Cristo, el Espíritu Santo que nos une espiritualmente a Cristo para que todos sus beneficios sean nuestros (Ef 2:6). La unión con Cristo abarca todos los demás aspectos de la aplicación de la salvación. La regeneración es Dios dando vida a los que están espiritualmente muertos (1 P 1:3). Dios llama, a través del evangelio, convocando de forma efectiva a los que estaban espiritualmente sordos y ciegos (Ef 4:1).
Fuente: Coalición por el Evangelio