Romanos 13:1-7 establece: “Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos. Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo. Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia. Pues por esto pagáis también los tributos, porque son servidores de Dios que atienden continuamente a esto mismo. Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra”.
Este pasaje es extensamente claro en cuanto a que debemos obedecer al gobierno que Dios ha puesto sobre nosotros. Dios creó a los gobiernos para establecer el orden, castigar la maldad y promover la justicia (Génesis 9:6; 1 Corintios 14:33; Romanos 12:8). Debemos obedecer al gobierno en todo – pagando impuestos, obedeciendo sus reglamentos y leyes, mostrando respeto, etc. Si no lo hacemos, a última instancia estamos mostrando falta de respeto a Dios, porque es Él quien ha puesto a ese gobierno sobre nosotros. Cuando el apóstol Pablo escribió Romanos 13:1-7, él estaba bajo el gobierno de Roma durante el reinado de Nerón, quizá el más vil de todos los emperadores romanos. Aún así, Pablo reconoció al gobierno romano que lo gobernaba. ¿Cómo podemos nosotros hacer menos?
La siguiente pregunta es: “¿Existe alguna ocasión cuando un cristiano deba desobedecer la ley de manera intencional?”. La respuesta a esa pregunta se puede encontrar en Hechos 5:27-29, “Cuando los trajeron, los presentaron en el concilio, y el sumo sacerdote les preguntó, diciendo: ¿No os mandamos estrictamente que no enseñaseis en ese nombre? Y ahora habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina, y queréis echar sobre nosotros la sangre de ese hombre. Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron; Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”. De esto, vemos claramente que siempre y cuando la ley del lugar no contradiga la ley de Dios, estamos obligados a obedecer. Tan pronto como la ley del lugar contradiga el mandamiento de Dios, debemos desobedecer la ley de ese lugar y obedecer la ley de Dios. Sin embargo, aún en ese caso, debemos aceptar la autoridad del gobierno sobre nosotros. Esto es demostrado por el hecho de que Pedro y Juan no protestaron por ser azotados, sino que, en vez de eso, se regocijaron al haber sufrido por obedecer a Dios (Hechos 5:40-42).
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