El arrepentimiento verdadero y sincero

El verdadero arrepentimiento

El verdadero arrepentimiento no es un sentimiento, es una acción. Es cambiar nuestra manera de pensar. Si pensamos de acuerdo con la Palabra de Dios, entonces nuestros sentimientos y nuestras opiniones se alinean con la Palabra de Dios y nos conducen en la dirección correcta. Es por ello que las Escrituras hacen declaraciones poderosas acerca de quien realmente se ha arrepentido y ha nacido de nuevo. «Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios» (1 Juan 3:9). La Nueva Versión Internacional lo dice de la siguiente manera: “El que es nacido de Dios no persiste en la práctica del pecado”.

Un día, mientras conducía hacia una reunión en Sacramento, California, el Espíritu de Dios comenzó a hablarme acerca del pecado. Él me dio una definición del pecado que cambió mi vida para siempre y que ha cambiado la vida de multitudes que me han escuchado compartirla alrededor del mundo. El Espíritu Santo me dijo: “La esencia del pecado es el rechazo de la autoridad justa de Dios sobre la vida de uno”.

Todo en el Reino del cielo se trata acerca de autoridad. La palabra autoridad en griego hace referencia al derecho legal de ejercer poder. Cuando alguien tiene autoridad, este posee el derecho legal de ejercer poder sobre otro. Permítame darle un ejemplo del mundo real.

Mi hermano es oficial de caminos en California. Una de las áreas que patrulla es el corredor I-5 por partes de California central. Cuando ve a un automovilista yendo a alta velocidad, alcanza rápidamente al conductor y enciende la tristemente célebre luz roja. Casi siempre, el conductor que va a alta velocidad desacelera y se detiene a un lado de la carretera. Mi hermano se baja de su coche y, como muchos lo hemos experimentado, le pide al conductor su licencia de conducir y su matrícula. El conductor, sin hacer preguntas, le entrega los documentos a mi hermano.

¿Por qué? ¿Mi hermano es intimidante? Mide un metro ochenta, pero no es físicamente intimidante. El conductor le entrega a mi hermano lo que le pidió, porque reconoce que mi hermano tiene la autoridad legal para detenerlo y pedirle su documentación. Él se somete al derecho legal de autoridad de mi hermano.

El conductor no está siendo obligado y puede hacer una elección, no es un robot. Hubo un momento en que tomó una decisión. Cuando conducía a alta velocidad y vio las luces rojas del coche de mi hermano, él tuvo que tomar una decisión. Se tuvo que preguntar: “¿Acepto la autoridad legal del oficial o la rechazo?”.

Si el conductor rechazara la autoridad legal de mi hermano, podría reaccionar de varias maneras. Podría continuar conduciendo y simplemente ignorar las luces. Podría intentar escaparse a alta velocidad o incluso embestir el coche patrulla de mi hermano. Podría detenerse, salir de su coche y comenzar a maldecir a mi hermano o incluso intentar atacarlo. Pero antes de poder elegir algo, primero tuvo que haber decidido que no aceptaría el derecho legal de mi hermano para detenerlo.

El pecado es un problema de autoridad. Dios nos creó y tiene un derecho inherente para decirnos qué hacer, qué decir y cómo vivir. Él es Señor. Desde el principio, el pecado ha estado basado en este primer paso: el rechazo de la autoridad legal de Dios sobre nuestra vida. Lucifer en el cielo primero tuvo que negar la autoridad justa de Dios antes de poder considerar desobedecerlo. Lo mismo sucede con nosotros. Para poder desobedecer a Dios, debemos primero rechazar su autoridad legal sobre nosotros. Debemos decir: “No, no me someteré a ti. Rechazaré tus demandas legales y justas sobre mi vida y mis acciones”. Ah, posiblemente no lo digamos tan abiertamente, pero todos lo hacemos. No podemos cometer un acto de desobediencia sin primero rechazar la autoridad legal y justa de Dios sobre nuestra vida.

La esencia del pecado

La Biblia nos ordena arrepentirnos de nuestros pecados. En otras palabras, debemos cambiar nuestra manera de pensar acerca de rechazar la autoridad legítima de Dios y aceptar su derecho de gobernar y reinar en nuestra vida. Este es el verdadero arrepentimiento. Es por ello que 1 Juan 3:9 dice: “El que es nacido de Dios no persiste en la práctica del pecado” ni rechaza la autoridad legítima de Dios. La persona que se ha arrepentido de verdad, ha dejado de rechazar la autoridad legítima de Dios y ha elegido someterse a Él.

Una vez que la persona elige someterse, entonces se libera todo el poder que necesita para vivir de acuerdo con la Palabra de Dios. Cuando nos arrepentimos, Dios nos perdona y nos limpia de toda maldad (vea 1 Juan 1:9). Nos limpia de nuestro carácter que va contra su naturaleza y crea en nosotros su carácter y su naturaleza. El poder del pecado en nuestra vida es quebrantado. Al llevar cada área de nuestra vida ante Dios y rendirla a la autoridad legítima de Cristo, el poder de la redención y de la liberación comenzará a obrar prácticamente en nuestras acciones diarias.

Si lo pensamos, resulta lógico. Si realmente me he arrepentido, he cambiado mi manera de pensar acerca de rechazar la autoridad legítima de Dios sobre un problema particular de mi vida. Ahora, entonces, no solamente me someto a Dios, sino también estoy de acuerdo con Él en que ese acto en particular es completamente pecaminoso y aborrecible. Mi creencia acerca de la conveniencia de ese pecado en particular, ahora ha cambiado. En este punto, mis sentimientos acerca de ese pecado cambian del deseo a la repugnancia, de anhelar tenerlo a desear dejarlo. Mientras esté de acuerdo con la perspectiva de Dios con respecto a este pecado, sentiré lo que Dios siente al respecto. Mis emociones estarán de acuerdo con Él y me alejarán del comportamiento pecaminoso.

Si continuamos siendo atraídos por algunos pecados, se debe a que no nos hemos arrepentido completa y verdaderamente. Podemos sentirnos muy culpables y avergonzados de nuestros deseos, pero en lo profundo continuamos amándolos. En lo profundo, ese pecado está alimentando un área de inseguridad o de inferioridad, y el deseo de satisfacer esos sentimientos es mayor que su voluntad de someterse a la autoridad legítima de Dios en su vida. La única manera de ser libre es arrepentirse y someterse verdaderamente a la autoridad de Dios en su vida.

Fuente: Vida Cristiana

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