Sabemos, lamentablemente hasta el hartazgo, que la Biblia ha sido utilizada – y lo sigue siendo – con mucha frecuencia más como un arma que como una revelación del Dios de la vida. Los textos mal leídos (por incompetencia, o por malicia, no me toca evaluarlo) se han utilizado para oprimir mujeres, esclavos, comunidades indígenas, y para avasallar culturas, religiones y modos de vida. La vergüenza que a muchos (católicos y evangélicos históricos) nos provoca la manipulación de la Biblia para justificar el golpe y los atropellos en Bolivia sirve de ejemplo actual de esto. La lectura fundamentalista (que no es monopolio de ninguno, y es habitual en tantos) sólo conduce a sumisión y una forma de esclavitud bastante perversa. No es a esto a lo que aquí queremos referirnos; no entendemos la Biblia como un Dios que dicta y que espera obediencia ciega de nuestra parte. Sin duda entre la Biblia y su pueblo hay un diálogo entre un Dios, en el que creemos, y la humanidad, sus amigos. Y, para sintetizar, no creo en un dios que maltrata, oprime, discrimina y se sacia en su sadismo y sed de sangre en víctimas humanas de diferente modo o tipo. Creo en un Dios que se va revelando de a poco, pedagógicamente, en la historia, y se muestra pleno en Jesús. Un Dios que es padre, pero un padre-no-patriarcal, al cual podemos desobedecer sin que nos quite el saludo o su amor. Un Dios que “reina” cuando sus amigos, los seres humanos, vivimos como hermanas y hermanos y mostramos a todos que “otro mundo es posible”, un mundo sororal y fraternal, un mundo que empieza por los últimos y los más débiles para que nadie se sienta excluido salvo quien se niega a tener a estos como hermanos. Ese Dios es el que nos habla en la Biblia, y concluir de allí otra palabra, creo que es parcial, falaz, o simplemente manipulación. En ese sentido sí creo que la Biblia es palabra de Dios. Pero…
Muchos movimientos confluyeron en el Concilio Vaticano II para que de allí surgiera una Iglesia en movimiento. El litúrgico, el patrístico, el ecuménico, la Nouvelle Théologie y, por supuesto, el movimiento bíblico. Reconozcamos que fue difícil. El miedo al modernismo (el Syllabus) y al protestantismo sólo pudo superarse gracias a un número importante de grandes teólogos, entre los que hay que mencionar a F. M. Lagrange op y – con él – a otros muchos. Así el Concilio se atrevió a dar un paso más en la dirección señalada por Pio XII en la Divino Afflante Spiritu. En ella, y en la constitución Dei Verbum, se “cometió la osadía” de afirmar que no sólo Dios es autor de la Biblia, sino que esta es también “obra humana”. Afirmar esto constituyó un paso fundamental y definitivo, porque el autor humano implica decisión, capacidad (e incapacidad), intenciones, cultura, etc. Ya no se afirmaba que la Biblia “no yerra” (Galileo agradecido) sino que esta dice “la verdad de la salvación”, lo cual es muy distinto, por cierto. A partir de este salto fundamental, decenas de aportes se han añadido, y siguen añadiendo, para una mejor comprensión de la Biblia (como con gran seriedad lo señaló la Pontificia Comisión Bíblica en La Interpretación de la Biblia en la Iglesia [1993]). Si hay autor humano, por ejemplo, cuentan también sus conocimientos e ignorancias, sus culturas, los contextos históricos, políticos, sociales, sus intenciones e ideologías, etc. y, por eso, el Concilio avanzó todavía más en una idea, seguramente audaz: “la Biblia es el alma de la teología”. Alma es vida, es lo que anima, lo que sin ella todo es inerte, seco o muerto.
Sin embargo, y acá el punto, muchos teólogos siguieron haciendo teología como si nada de eso se hubiera dicho. La Biblia era como un sello que venía a refrendar todo lo que se había afirmado; porque lo que había que decir era “lo primero”. Debo decir que he conocido pocos teólogos que hayan encarnado realmente este principio; los menciono: K. Rahner, J. Ratzinger, E. Schillebeeckx, G. Gutiérrez (seguramente hay más, valgan estos a modo de ejemplo). Y lo mismo he de decir de no muchos documentos eclesiásticos: las exhortaciones de Pablo VI sobre la Alegría cristiana [Gaudete in Domino] y la Evangelización [Evangelii Nuntiandi] son un buen ejemplo en este sentido. Pero después de esto, la inmensa mayoría de los teólogos y los documentos eclesiásticos, pareciera que dicen aquello que creen que deben decir y después (y no siempre) buscan un texto bíblico que lo ilustre. Que los textos bíblicos constituyan el “alma” de los documentos es algo que creo no afirmaría nadie. Y uno puede preguntarse si se parte, entonces, de la Palabra de Dios (el alma) para desde allí caminar, o si se parte de principios, dogmas o ideologías y después “ir a la Biblia” como una excusa o un adorno. En interesante, en esta misma línea, notar que, en Encuentros, Congresos, Asambleas, se invitan teólogos sistemáticos, canonistas, a veces historiadores de la iglesia, y casi nunca a biblistas. Interesante no significa positivo, por cierto.
Tengo claro que en la Iglesia católica romana, la Biblia no es la única palabra. La Tradición es también fundamental. El Espíritu guía y acompaña la iglesia. Podemos repetir con Francisco de Sales que la relación entre el Evangelio y la vida de los santos, por ejemplo, es semejante a la relación entre la partitura y la música ejecutada, y – por lo tanto – en continuidad con lo bíblico, es de esperar que la “Biblia vivida” ilustre y acompañe también la reflexión. Pero tampoco nada de esto encontramos en los textos (salvo, insistimos, alguna cita ilustrativa o decorativa ad casum).
Es verdad que un texto pastoral no es un tratado sobre un determinado tema como para mostrar todo lo que sobre eso se dice en la Biblia, en la Tradición y en el Magisterio (este sí abundantemente citado), pero – como señalaba más arriba – no fue un tratado lo que Pablo VI presentó sobre la alegría cristiana, pero sí supo mostrarla en el Evangelio de Lucas y la vida de algunos santos, por ejemplo (caps II [AT], III [NT] y IV [“en la vida de los santos”]).
Todo esto me hace mirar muy críticamente la inmensa mayoría de los textos. algunos muy interesantes, o positivos, o felices, pero la pregunta es si hay en ellos “verdadera teología” o si no hay, más bien, otra cosa (filosofía de la religión, moral, ética, estrategia pastoral, o como se quiera llamar, pero no “teología”). Y, ahondando la idea, preguntarme si los autores y/o firmantes realmente creen que la Biblia es Palabra de Dios, y no más bien algo decorativo, o un justificativo de lo que anticipadamente tienen decidido expresar. No estaría de más, si se creyera, recordar que la Palabra de Dios es más importante que la palabra de los pastores, y nutrirnos con ella sería aportar al pueblo de Dios un alimento mucho más consistente que algunos slogans, un par de miedos y una ideología disfrazada de teología. El Pueblo de Dios, a cuyo servicio estamos, y el Dios del Pueblo, que nos ha invitado al seguimiento, nos quedarían sumamente agradecidos.
Fuente: Religión Digital
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