En estos tiempos el dinero es lo que mueve a nuestro mundo. Por dinero, se es capaz de robar, engañar, estafar, asesinar y, en política, hasta defraudar a pueblos enteros. No interesa de donde viene el dinero, si viene del narcotráfico o de extorciones; no importa explotar, poner en peligro la salud del prójimo, pagar salarios ínfimos, con tal de tener más ganancias.
El dinero se ha convertido en un dios, a quien se le adora, y le entregamos nuestra vida. En nuestra sociedad siempre está presente el mensaje implícito o explícito de que si tienes dinero serás feliz. Hoy, Jesús, al final del evangelio, nos previene: “Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero”.
Mucha gente con este dinero, mal habido o bien habido, busca llevar una vida de lujos en la ropa, en los viajes, en las comidas, en las diversiones. Se busca vivir la vida, disfrutarla, porque la vida es una sola. El lema es vivir, disfrutar, gozar, darse todos los lujos. Pero como nos dice la parábola de hoy, sentados a nuestras puertas hay millones de hermanos nuestros, llamados Lázaro, que no tienen para comer, vestir, educarse, tener una vivienda, un trabajo, una sana diversión.
Muchas personas son egoístas, indiferentes, no miran la realidad; al contrario, la miran con desprecio y asco, olvidándose que Jesús nos dijo que daremos cuenta de nuestros actos, porque “tuve hambre y no me dieron de comer, tuve sed y no me dieron de beber, estuve desnudo y no me vistieron, estuve preso o enfermo y no me visitaron, fui inmigrante y no me acogieron” (Mt 25, 42-43). Nuestro corazón que idolatra el dinero nos hace indiferentes.
Ante esta realidad, que nos interpela como cristianos, tenemos que clamar a Jesús: “Señor, auméntanos la fe”, para acoger tu amor misericordioso en nuestras vidas y compartirlo con los demás, para no ser indiferentes ante nuestros hermanos, para no quedarnos tranquilos ante la situación de tantas personas que viven en condiciones infrahumanas. Dénos una fe que nos haga solidarios con los que no tienen, que nos de la fuerza y la luz para construir tu Reino, que en el fondo es construir un mundo mejor, en el que todos tengan la oportunidad para vivir dignamente como hermanos e hijos del mismo Padre. Esta misma fe nos llevará a ser agradecidos, porque sabremos que todo lo que somos y tenemos lo hemos recibido de Dios.
Este es el mensaje del domingo 29 del tiempo ordinario. Estamos agradecidos por sentirnos amados por Dios, por sus cuidados y bendiciones constantes, porque nos da la oportunidad de comenzar una vida nueva, al igual que los leprosos, a quienes Jesús les puso en camino, después de curarles. Tendríamos que preguntarnos si solamente buscamos a Dios cuando estamos en necesidad, o si lo buscamos en tiempos de prosperidad y de mucha exceso.
Fuente: Mensajero Chester
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