La palabra de Dios y su poder

El poder de la Palabra de Dios

El evangelio de Jesucristo es el mensaje más maravilloso alguna vez concebido, y la fórmula más poderosa alguna vez ideada. ¿Qué significa esto? Simple. Cuando alguien oye y cree en la Palabra de Dios su vida es revolucionada.

¿Qué puede hacer la Palabra de Dios?

Romanos 1.16-17 dice: No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree: en primer lugar, para los judíos, y también para los que no lo son. Porque en el evangelio se revela la justicia de Dios, que de principio a fin es por medio de la fe, tal como está escrito: “El justo por la fe vivirá.”» Reina Valera Contemporánea (RVC) Ahora veamos un claro testimonio del poder liberador del Evangelio. 

Durante el ministerio del Dr. Ravi Zacharias en Vietnam en 1971 —según cuenta el mismo Dr. Zacharias en una de sus conferencias— uno de los intérpretes que viajaban con él fue Hien Pham. Cuatro años después, Vietnam cayó, y no se supo más de Hien hasta 1988, dieciocho años después.

Poco tiempo después de que los comunistas tomaran control de Vietnam, Hien fue arrestado, acusado de ayudar a los estadounidenses y llevado a diferentes prisiones por varios años. Durante un período prolongado en una de las cárceles, sus guardianes tenían un solo propósito en mente, adoctrinarlo en contra de todo lo relacionado a Occidente, especialmente a la fe cristiana. A Hien se le prohibió leer cualquier literatura en inglés y solo tenía acceso a publicaciones propagandísticas en francés y vietnamita. Aquella sobredosis de escritos de Marx y Engels comenzó a penetrar su mente. Uno de los libros que le dieron para que leyera, presentaba a un hombre comunista encerrado como un pájaro en la jaula del capitalismo, quien se arrojaba contra las barras de la «opresión capitalista», con las consecuencias físicas lógicas de ese proceso. Aún ensangrentado, este hombre seguía golpeando la jaula en busca de su libertad.

Al tiempo, Hien comenzó a mirar con buenos ojos las embestidas del hombre encerrado. «Quizás» —pensó Hien— toda mi vida fue motivada por mentiras. Quizás Occidente me mintió. Quizás Dios no existe». Cuanto más pensaba sobre el tema, más se acercaba hacia una decisión. Finalmente, tomó la decisión. Hien determinó que al despertar el día siguiente, dejaría de orar y aún de pensar en su fe cristiana. Se distanciaba de su caminar cristiano y de la Palabra de Dios.

La siguiente mañana, se le asignó limpiar las letrinas de la prisión. Como no podía negarse, se abocó a una tarea repugnante, limpiar los desechos de todos en la prisión. Cuando limpiaba una lata llena de papel de baño, se dio cuenta de que el papel tenía algo escrito, ¡y estaba en inglés! Rápidamente lavó la hoja, la dobló prolijamente y la puso en su bolsillo con miras a leerla a la noche en su celda. Como no había visto nada escrito en inglés por mucho tiempo, esperaba el momento de poder leer el papel recogido, con ansiedad. Bajo su tela mosquitera, mientras sus compañeros de celda dormían, sacó cuidadosamente la hoja que había guardado durante todo el día, y con una pequeña linterna comenzó a leer la primera palabra, arriba en el centro: «Romanos, Capítulo 8». Templando de la impresión recibida, comenzó a leer:

«Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, es decir, de los que él ha llamado de acuerdo a su propósito…». 

«¿Qué más podemos decir? Que si Dios está a nuestro favor, nadie podrá estar en contra de nosotros. El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?».

«¿Qué podrá separarnos del amor de Cristo? ¿Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, espada?».

«Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual, estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni las potestades, ni lo presente, ni lo provenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor que Dios nos ha mostrado en Cristo Jesús nuestro Señor». Romanos 8.28, 31-32, 35, 37-39 (RVC).

Hien lloró. Él conocía su Biblia, y no había visto una por mucho tiempo. No solo eso, él sabía que no había un pasaje más relevante acerca de la convicción y fortaleza para alguien que estaba a punto de rendirse ante la presión del maligno. Desde su pequeña celda, Hien clamó a Dios, le pidió perdón, porque aquel sería el primer día en el que había decidido dejar de orar. Evidentemente, el Señor tenía otros planes.

Al día siguiente, Hien le pidió al comandante de campo que le permitiera seguir limpiando las letrinas. Hien continuó realizando esa tarea diariamente pues se había dado cuenta de que algún oficial utilizaba las páginas de una Biblia como papel de baño. Cada día Hien recogía una porción de las Escrituras, la limpiaba, y la agregaba a su lectura devocional nocturna. De esa manera, Hien pudo recobrar una buena porción de aquella Biblia.

Finalmente, llegó el día cuando, a través de circunstancias inesperadas, Hien fue liberado. Hoy es un hombre de negocios agradecido por la misericordia de Dios para con él y testigo fiel del poder del evangelio aun en las circunstancias más extrañas. Dios lo había contactado de una forma totalmente extraña pero muy efectiva. Hien puede decir con toda confianza: «La Palabra de Dios es poderosa para salvar».

Fuente: VIVE LA BIBLIA

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