Cuando era joven, solo pensaba en mi futuro. ¿Con quién me casaré? ¿Qué carrera perseguiré? ¿Dónde viviré? Ahora que soy padre de cuatro hijos, solo pienso en su futuro.
Al acercarse a los últimos días de su ministerio, el apóstol Pablo comenzó a pensar en el futuro bienestar de Timoteo, su “hijo amado” en la fe (2 Timoteo 1:2). Le escribió acerca de las cosas más importantes para la vida y ministerio. Pablo no solo le encomendó a su joven protegido el glorioso evangelio de Dios (vv.8-10) y las Escrituras divinamente inspiradas (3:16-17), sino que también le instruyó en cuanto a la importancia de la sana doctrina: “Retén la norma de las sanas palabras que has oído de mí, en la fe y el amor en Cristo Jesús. Guarda, mediante el Espíritu Santo que habita en nosotros, el tesoro que te ha sido encomendado” (1:13-14). De acuerdo a Pablo, la doctrina es una de las cosas más importantes para el bienestar de los cristianos y la Iglesia. La doctrina sana, o “saludable”, proporciona un patrón que, si se sigue, promueve una fe y amor sanos. La sana doctrina es una herencia valiosa que debe ser valorada en esta generación, y transmitida fielmente a la siguiente (2:2).
¿Qué es la doctrina? En su sentido más básico, la doctrina es cualquier tipo de enseñanza. La Biblia, por ejemplo, habla de las enseñanzas de los hombres (Marcos 7:7-8), las enseñanzas de los demonios (1 Timoteo 4:1; Apocalipsis 2:24) y las enseñanzas de Dios (Juan 6:45; 1 Tesalonicenses 4:9; 1 Juan 2:27). En este caso, estamos interesados en la enseñanza divina, la enseñanza de Dios. Aquí una definición: la doctrina es la enseñanza de parte de Dios y acerca de Dios que nos lleva a la gloria de Dios. Esta definición provee una útil anatomía de la sana doctrina, identificando la fuente de la doctrina, su objeto, y su propósito principal. Consideraremos estos elementos de la sana doctrina.
La fuente de la sana doctrina
El Dios trino es el “doctor” o maestro definitivo cuando se trata de la doctrina cristiana. El Dios que se conoce y se ama a sí mismo en la comunión perfecta de la Trinidad ha querido, por gracia, darse a conocer a nosotros y ser amado por nosotros (Mateo 11:25-27; 1 Corintios 2:10-12). Esta doctrina, enseñada por el Padre por medio del Hijo y en el Espíritu Santo, informa nuestra fe y guía nuestro amor.
Aunque el Dios trino es la fuente final de la doctrina, ha optado por ministrarnos doctrina a través de sus profetas y apóstoles en las Santas Escrituras. Hasta el día en que Dios nos hable cara a cara en su reino eterno, la Sagrada Escritura es la fuente y norma de la sana doctrina (2 Timoteo 3:16; ver Marcos 7:7-8). La doctrina se extrae de la Sagrada Escritura como de una fuente. La Santa Escritura es la que mide la doctrina como una regla. Por otra parte, la doctrina nos lleva de nuevo a la Escritura equipándonos para ser mejores lectores. De hecho, los “ignorantes” de la sana doctrina son más propensos a torcer las Escrituras “para su propia perdición” (2 Pedro 3:16).
El objeto de la sana doctrina
La doctrina cristiana tiene un doble objeto. El objeto principal de la doctrina es Dios; el objeto secundario es todo aquello que se relaciona con con Dios. La doctrina nos enseña a ver a Dios como aquel de quien y por quien y para quien existen todas las cosas, y la doctrina dirige nuestra vida hacia la gloria de este Dios (Romanos 11:36; 1 Corintios 8:6).
Cuando examinamos el objeto doble de la doctrina como se nos presenta en la Santa Escritura, emerge un patrón definido (Romanos 6:17; 2 Timoteo 1:13). El patrón de la sana doctrina es (1) Trinitario (1 Corintios 8:6; Efesios 4:4-6; Tito 3:4-7), (2) afirma la creación (1 Timoteo 2:13-15; 4:1-4), (3) se centra en el evangelio (1 Timoteo 3:16; Tito 2:11-14), y (4) se orienta hacia la Iglesia (1 Timoteo 3:14-15). El patrón doctrinal distintivo de la Biblia ha dejado su huella en algunos de los resúmenes más ampliamente aceptados de la enseñanza cristiana, como el Credo de los apóstoles y el Catecismo de Heidelberg, y ha informado la forma del culto cristiano histórico.
El fin de la sana doctrina
La doctrina propicia una serie de fines. La sana doctrina nos libera de la trampa de la falsa enseñanza (2 Timoteo 2:24-26; Tito 1:9-11), que de otro modo amenaza con detener el desarrollo espiritual (Efesios 4:14), y con fomentar la discordia eclesiástica (Romanos 16:17). La doctrina sirve la obra salvadora de Dios tanto dentro (1 Timoteo 4:16) como fuera de la Iglesia (Mateo 5:13-16; Tito 2:9-10; 1 Pedro 3:1-6). Por encima de todo, la doctrina promueve la gloria de Dios. La doctrina brilla como uno de los gloriosos rayos del evangelio de Dios (1 Timoteo 1:10-11), y al dirigir nuestra fe y amor hacia Dios en Cristo, nos permite caminar en su presencia y darle la gloria que Él merece (1 Pedro 4:11; 2 Pedro 3:18).
Dios nos ama; y en su bondad nos ha dado el buen don de la doctrina (Salmo 119:68) para que aprendamos de Él y de su evangelio, y para que le agrademos en nuestro caminar. La doctrina es la enseñanza de nuestro Padre celestial, revelada en Jesucristo, y transmitida a nosotros por el Espíritu Santo en las Santas Escrituras, y debe ser recibida, confesada, y seguida en la iglesia, para la gloria del nombre de Dios.
Fuente: Coalición por el Evangelio
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