Dios está detrás de todo lo bueno, pero la bendición más grande es su amor
Hay que empezar por decir que Dios es amor para todos y fuente de bendiciones igualmente para todos, “porque él hace brillar su sol sobre malos y buenos, y envía la lluvia sobre justos y pecadores” (Mt. 5,45b).
Por tanto Dios está detrás de toda auténtica bendición, de todo lo bueno, de todo tipo de riqueza. Nadie pues, absolutamente nadie, puede decir que no ha recibido ninguna bendición de Dios.
Cuando la gente ve que prospera materialmente o logra un éxito alaba a Dios y le agradece con expresiones como: Bendito sea Dios, Dios me ha bendecido, le debo a Dios lo que tengo, el Señor ha sido generoso conmigo, Dios me ha bendecido con esta casa, he recibido una bendición de Dios, etc..; son en definitiva unas oraciones de alabanza y reconocimiento a la bondad y misericordia de Dios y a los beneficios que nos ha otorgado.
Esta actitud del cristiano de agradecimiento a Dios puede atraer la benevolencia de Dios y nuevas bendiciones. Es bueno reconocer a Dios sus tantas bendiciones, pues ¿qué es lo que tenemos que no se nos haya sido dado?
Todo lo hemos recibido de Dios comenzando por el don o la bendición de la vida; todos hemos sido bendecidos por Dios.
Es lo que nos dice San Pablo: “¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te alabas a ti mismo como si no lo hubieras recibido?” (1 Cor. 4,7).
Ahora bien, comúnmente se dice que a los que obran el mal les va bien, que los que actúan al margen de toda ley o norma moral son personas exitosas, que delinquir es fuente de riquezas.
Pero ese “éxito fácil” podría engañar. No sale de las manos de Dios sino que es fruto de la astucia humana, mientras dura. Y es un éxito efímero, maldito, con mal sabor de boca, un éxito que es origen de futuras desgracias.
Las bendiciones de Dios son toda otra cosa, son todo lo contrario pues generan nuevas bendiciones y nos encaminan a la eternidad gozosa.
Pero ojo, que la materialidad no es la única manera con la cual Dios bendice. Pensar así es equivocado pues esto implicaría pensar que la gente pobre no es bendecida por Dios o que no tiene el favor divino.
Como tampoco parece lógico pensar que Dios castiga a unos con la pobreza mientras que a otros los bendice con la riqueza.
La Sagrada Escritura contiene ejemplos de personas muy religiosas, fieles y muy obedientes a Dios pero que eran pobres.
Y si bien es cierto que en la Sagrada Escritura, en algunos casos, vemos una relación entre bendición y riqueza material, también es bien cierto que entre las dificultades y problemas, Dios bendice de mil maneras.
Las riquezas en la Biblia
Hay algunos pasajes de la Biblia que hablan de que Dios ‘concede’ riquezas a ciertas personas, pero estas riquezas llegan con un objetivo bien preciso. ¿Cuál era el propósito de Dios al ‘conceder’ riquezas a ciertas personas?
Jacob, por ejemplo, dejó su tierra con un bastón como única pertenencia, pero volvió veinte años más tarde con tantas ovejas, vacas y camellos que formó dos campamentos.
Esta abundancia que recibió Jacob fue un regalo de Dios, una bendición material. (Génesis 32, 8). Y esta bendición constituyó el fundamento para que por medio de Abraham se creara una nación, como preparativo para la venida de la descendencia prometida (Génesis 22, 17-18).
Otro ejemplo es el de Job, quien perdió todos sus bienes, pero Yahveh luego lo bendijo con “catorce mil ovejas, seis mil camellos y mil yuntas de bueyes y mil asnas” (Job 42, 12).
Su prosperidad disipó toda duda respecto a quién le había ocasionado sus sufrimientos, pues hace ver la bondad de Dios: “Mirad cómo proclamamos felices a los que sufrieron con paciencia. Habéis oído la paciencia de Job en el sufrimiento y sabéis el final que el Señor le dio; porque el Señor es compasivo y misericordioso” (Santiago 5,11).
Tipos de bendiciones
A pesar de estas bendiciones materiales no se puede tomar la riqueza o el bienestar material como el único indicador de la bendición y/o de la aprobación de Dios.
Las bendiciones de Dios son principalmente de carácter espiritual; es la riqueza de los apóstoles, es el caso de san Pedro que dijo: «No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, ponte a andar» (Hechos 3,6).
En Cristo, los cristianos somos bendecidos por Dios Padre «con toda clase de bendiciones espirituales» (Ef 1:3). Y “pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia” (Jn. 1,16).
Por eso la Iglesia da la bendición invocando el nombre de Jesús y haciendo habitualmente la señal santa de la cruz de Cristo.
Dios bendice el empeño de quien se esfuerza por cumplir su voluntad: “Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni en la senda de los pecadores se detiene, ni en el banco de los burlones se sienta, mas se complace en la ley de Yahveh, su ley susurra día y noche! Es como un árbol plantado junto a corrientes de agua, que da a su tiempo el fruto, y jamás se amustia su follaje; todo lo que hace sale bien” (Salmo 1,1-3).
A los cristianos de Esmirna (pobres en lo material pero ricos en sentido espiritual) Jesús les dice: “Conozco tu tribulación y pobreza pero eres rico” (Apocalipsis 2,9).
Y, por el contrario, Jesús puso en evidencia a algunos cristianos de Laodicea (ricos en lo material pero pobres en lo espiritual) con estas palabras: “Dices: ‘Soy rico; me he enriquecido; nada me falta’. Y no te das cuenta que tu eres un desgraciado, digno de compasión, pobre y ciego y desnudo” (Apocalipsis 3,17).
Actitud
Nosotros favorecemos o alejamos las bendiciones de Dios. La bendición de Dios puede llegar también como premio a quien es honesto, diligente y buen trabajador poniendo en acción otras bendiciones interiores.
“La bendición de Yahvéh es la que enriquece, y nada le añade el trabajo a que obliga” (Proverbios 10,22). O «¿No te he mandado que seas valiente y firme? No tengas miedo ni te acobardes, porque Yahvéh tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas» (Josué 1,9).
O como se suele decir: ayúdate que yo te ayudaré (Expresión no bíblica). El refrán no es infundado pues, ¡cuántas veces queremos que Dios nos bendiga pero no hacemos nada para ser bendecidos!; queremos que las cosas lleguen por sí solas.
También leemos: “En efecto, cuando todavía estábamos entre vosotros, os dimos esta norma: el que no trabaje, que no coma” (2 Tesalonicenses 3,10). “Mano indolente empobrece, mano diligente enriquece” (Proverbios 10, 4).
Quien es honrado y trabajador y sigue tales consejos tienen todas las posibilidades de obtener las bendiciones del Señor. El trabajo, interés y esfuerzo por instaurar el Reino de Dios trae consigo mil bendiciones.
Jesús garantizó a sus seguidores que si seguían buscando primero el Reino y la justicia de Dios, tendrían además alimento, ropa y cobijo.
Jesús fue muy claro: “Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura” (Mt 6,33).
Por tanto, mejor que considerar las cosas materiales como la principal bendición de parte de Dios, es luchar por una bendición mayor: la salvación fruto de la relación confiada con Dios.
La bendición más grande es el amor de Dios y, ¿cómo logramos ese amor? La respuesta es dar (a Dios y al prójimo) con generosidad y alegría.
Es lo que nos dice san Pablo: “Cada cual dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues: Dios ama al que da con alegría” (2 Cor 9,7).
Todos y cada uno de nosotros, en medio de nuestras circunstancias, debemos sentirnos bendecidos por Dios, de una u otra manera. Está en nosotros el enriquecernos mutuamente, compartir nuestras bendiciones que Dios nos da.
Él nos quiere bendecir cada vez más; está en nosotros el dejarnos bendecir. El pecado es lo contrario a lo que le debemos a Dios; las riquezas que Él nos ha dado son para su gloria y salvación nuestra. ¿Le damos gloria a Dios con y por sus bendiciones?
Fuente: Aleteia