La Biblia nos dice que somos creados a imagen de Dios (Génesis 1:27) y también nos muestra que Dios tiene emociones. ¡Tenemos emociones porque Dios las tiene!
Cuando experimentamos emociones, es porque estamos diseñados de esa manera. Las emociones en sí mismas son algo bueno y útil. Sin embargo, hay maneras piadosas y formas impías de usar nuestras emociones.
Tomemos la emoción de la ira, por ejemplo. En la Biblia se nos muestra que Dios tiene ira (Salmo 7:11; 1 Reyes 11: 9–10). También nos muestra que Jesús expresó ira (Juan 2: 13–16; Marcos 3: 4–5). La ira no está mal. Pero muchas veces nuestra ira resulta del egoísmo, lo cual es incorrecto. Otras veces, manejamos mal nuestra ira. En lugar de usar nuestra ira para alertarnos de una situación negativa y luego buscar la sabiduría de Dios sobre cómo responder, con demasiada frecuencia arremetemos en ira sin pensar en las consecuencias. Dejamos que nuestra ira nos controle, en lugar de controlar nuestra ira. Santiago 1:20 dice: «[…] pues la ira humana no produce la vida justa que Dios quiere.» Efesios 4:26 alienta: «‘Si se enojan, no pequen’. No permitan que el enojo les dure hasta la puesta del sol». Necesitamos aprender a manejar emociones como la ira.
A veces, nuestras emociones son «falsas» porque son el resultado de creer algo falso. Por ejemplo, podemos sentirnos desesperados porque tememos haberle fallado a Dios, olvidando que Dios es misericordioso y está dispuesto a perdonar todo nuestro pecado si nos acercamos a Él (1 Juan 1: 8–9). O quizás nos sentimos tristes porque percibimos que hemos sido rechazados por un amigo, cuando en realidad el amigo realmente tenía una obligación previa. Tales emociones son naturales, pero no deberían controlarnos. A menudo es sabio verificar si las emociones particularmente fuertes se basan en algo que es verdadero.
Como cristianos, tenemos el Espíritu Santo para guiarnos, instruirnos, recordarnos y ayudarnos a ser más como Cristo (Romanos 6; Efesios 5: 15–18). Cuando somos conscientes de nuestras emociones y conscientes de la obra de Dios en nuestras vidas, cambiamos y Dios es glorificado. En lugar de dejar que nuestras emociones guíen nuestra percepción de la verdad, dejamos que Dios transforme nuestras mentes (Romanos 12: 2). Le sometemos nuestras emociones a Él, pidiéndole que nos ayude a aprender lo que debemos de ellas y manejarlas adecuadamente. También nos mantenemos enraizados en la Palabra de Dios para que conozcamos la verdad y podamos reconocer más fácilmente los engaños.
1 Pedro 5: 6–10 dice: «Humíllense, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él los exalte a su debido tiempo. Depositen en él toda ansiedad, porque él cuida de ustedes. Practiquen el dominio propio y manténganse alerta. Su enemigo el diablo ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo, manteniéndose firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos en todo el mundo están soportando la misma clase de sufrimientos. Y, después de que ustedes hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables.»
Este pasaje nos da muchas estrategias para manejar las emociones: someterse a Dios, expresar nuestras preocupaciones a Dios (Filipenses 4: 6–7), ser sobrios de mente (Filipenses 4: 5; Efesios 5:18; Romanos 12: 3), estar alerta con respecto al ataque espiritual (Efesios 6: 10–18), reconocer que no estamos solos, entender el plan eterno de Dios y confiar en que al final Él lo hará todo para el bien (Romanos 5: 1–5; 8:28 Santiago 1: 2–4).
Un buen recurso para ver a Dios obrando en las personas se puede encontrar en los Salmos. Casi todas las emociones humanas (positivas y negativas) se pueden encontrar en los Salmos. Sin embargo, a lo largo del libro, Dios es glorificado. Puedes usar los Salmos como un patrón para expresar tus emociones a Dios y obtener Su perspectiva.
Otro regalo que Dios nos ha presentado para nuestra ayuda y edificación, incluso con nuestras emociones, es tenernos los unos a los otros. La oración de Jesús por sus seguidores está llena de su deseo de que los cristianos se amen los unos a los otros (Juan 17). También se nos indica que compartamos nuestras cargas, incluidas nuestras emociones, entre nosotros (Romanos 12; Gálatas 6: 1–10; 2 Corintios 1: 3–5; Hebreos 3:13) y que nos recuerden la bondad, longanimidad y el amoroso cuidado de Dios por nosotros.
Recuerde que nuestras emociones no nos definen, ni deberían controlarnos. Nuestra valía personal está solo en Dios. Dios nos prepara para manejar nuestras emociones en lugar de ser controlado por ellas. No debemos temer a las emociones ni tratar de no sentir emociones, pero tampoco debemos ser gobernados por ellas. En cambio, debemos ser gobernados por Dios. Disfrute de la emoción como parte de su diseño, lleve sus emociones a Él y confíe en Él para que lo guíe (Santiago 1: 5; Proverbios 3: 5–8).
«No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta.» (Romanos 12: 2).
Fuente: Compelling Truth
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