“BENDECIRÉ AL SEÑOR EN TODO TIEMPO…” (Salmo 34:1)
Si gritas hasta perder la voz en el partido del sábado pero te quedas callado y quieto en el tiempo de alabanza el domingo, a lo mejor estás mucho más interesado en los deportes que en las cosas espirituales.
Alabamos y adoramos algo de gran valor. ¿Qué valor le das a Dios y a tu relación con Él? A lo mejor dices: “Pero a veces no siento que quiero adorar a Dios”. Los sentimientos no tienen nada que ver con ello. Las bases de una buena relación no son las emociones sino el compromiso.
Leemos en la Biblia: “…Ofrezcamos siempre a Dios, por medio de Él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan Su Nombre.” (Hebreos 13:15). Fijémonos en las palabras “siempre” y “sacrificio”. Con Dios, la alabanza que cuesta es la que vale.
Piensa en alguien con un buen empleo, una buena familia, y con salud adorando al Señor en la iglesia. Y luego en alguien que vive solo y enfermo, pero que levanta sus brazos débiles y alza su voz en alabanza. ¿Quién crees que tiene más mérito? Dijo el salmista: “Desde el nacimiento del sol hasta donde se pone, sea alabado el nombre del Señor” (Salmo 113:3). El salmista hacía pausas de alabanza a lo largo del día: “¡Siete veces al día te alabo…! (Salmo 119:164). Solemos parar para tomar un café; el salmista interrumpía su jornada para alabar. Si quieres cambiar el ambiente en el que te mueves o tu actitud, alaba al Señor a lo largo del día. No sólo bendecirás al Señor; Él te bendecirá a ti de muchas formas. Si no lo crees -hazlo y verás-.
“¡TODO LO QUE RESPIRA ALABE AL SEÑOR!…” (Salmo 150:6)
Salomón nos dice que hay “…tiempo de callar y tiempo de hablar” (Eclesiastés 3:7). Claro que no debes interrumpir el servicio de la iglesia para llamar la atención, pero cuando es hora de adorar a Dios, deberías entregarte por completo a ello: “Te alabaré, Señor, con todo mi corazón…” (Salmo 9:1). Se cuenta de un hombre mayor llamado Joe, que había sido un borrachín y descuidado la mayor parte de su vida, con una situación económica muy precaria. Durante un servicio de domingo, dio su vida a Cristo y la transformación fue tan radical que todos en la congregación se dieron cuenta. Pero Joe tenía un problema: estaba tan emocionado con su nueva vida en Jesús que cantaba mucho más fuerte que los demás. Y cuando el pastor decía algo que le tocaba, saltaba del sitio diciendo: ¡Aleluya!
Preocupado por mantener la buena imagen y dignidad de la iglesia, el pastor le dijo: ‘Joe, tienes que quedarte callado. Vamos a ver, si te quedas sentado el próximo domingo sin decir nada, te compro un par de botas’. Joe necesitaba las botas, así que dijo que lo intentaría. Pero después de contenerse durante varios momentos del sermón, no pudo aguantar más. Saltó y dijo: ‘Con botas o sin botas, voy a alabar al Señor! A lo mejor dices: ‘Yo soy muy reservado’. Perdona, no hay excepciones según la personalidad. “¡Todo lo que respira alabe al Señor!…” (Salmo 150:6). En otras palabras, a menos que estés muerto, tienes que alabar al Señor.
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