El amor de Dios por nosotros

El amor de Dios es incondicional, no se sujeta a restricción alguna, es constante, no tiene límites. Se entrega libremente pase lo que pase. Cada uno de nosotros ha pecado, y el pecado nos separa de Dios. A despecho de ello, Dios nos ama. Eso no significa que ame todo lo que hacemos, pero nos ama. De hecho, ama tanto a la humanidad que dispuso que esa separación causada por nuestros pecados y malas acciones quedara eliminada por medio de la muerte expiatoria de Su Hijo, Jesús. «A la verdad, como éramos incapaces de salvarnos, en el tiempo señalado Cristo murió por los malvados. Dios demuestra Su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros.»

Dios no nos ama por ser quienes somos, sino por ser Él quien es. La verdad es que no solo nos ama a nosotros y a los cristianos que agradecen el gran sacrificio que Él hizo al entregar a Su único Hijo para que muriera por nosotros, sino que ama por igual y de forma incondicional a cada persona del mundo. Pese a que alguien nunca haya oído hablar de Dios, pese a que diga que lo odia, Él todavía lo ama incondicionalmente. El amor de Dios es insondable. Es perfecto.

A los ojos de Dios cada persona es valiosísima, sea cual sea su edad, su raza, su nacionalidad, su apariencia física, su posición económica, sus creencias religiosas, su afiliación política y su orientación sexual. Puede que no nos gusten sus creencias, su forma de vida y las decisiones que toma. Puede que no coincidamos con sus opiniones políticas o de otro orden. Quizá viva con desprecio de las normas morales de Dios, quizá lleve una vida inmersa en graves pecados; pero sea cual sea la condición de esa persona, Dios la ama.

Jesús dijo que los dos mandamientos más importantes son amar a Dios y amar al prójimo, y se nos insta a hacer brillar nuestra luz para que otros vean nuestras buenas obras y glorifiquen a Dios. Este llamado a actuar demuestra que Dios desea que al relacionarnos con los demás lo reflejemos, que tratemos a otros con amor, compasión y misericordia como lo hace Él. Eso a menudo requiere cierto sacrificio. Pero cuando uno piensa en el sacrificio que hizo Jesús por nosotros, la verdad es que no hay ni comparación.

Cuentan que una niña sufría una grave enfermedad muy poco común. Su única esperanza de recuperación parecía ser una transfusión de sangre de su hermano, que tenía cinco años y milagrosamente había sobrevivido a esa misma enfermedad, por lo que había desarrollado los anticuerpos necesarios para combatirla.

El médico explicó la situación al hermanito y le preguntó si estaría dispuesto a darle sangre a su hermana. El niño vaciló unos instantes; luego respiró profundamente y respondió:

—Sí. Si con eso ella se va a salvar, lo haré.

Mientras se realizaba la transfusión, el niño estuvo acostado en la cama junto a su hermana, sonriente, al igual que todos los presentes, que veían que a la niña le volvían los colores. Luego se puso pálido y se le desvaneció la sonrisa. Miró al médico y le preguntó con voz temblorosa:

—¿Me empezaré a morir enseguida?

El niño no había entendido bien al médico. Pensaba que para salvar a su hermana tendría que darle toda su sangre.

¡Qué hermosa y tierna muestra de amor! La Biblia dice: «En esto hemos conocido el amor, en que Él puso Su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos.»

El apóstol Santiago explicó que la verdadera práctica de nuestra fe entraña una acción tanto exterior como interior; exterior, con hechos prácticos de cara a los demás; interior, mediante nuestra devoción a Dios. Él dijo: «La religión pura y verdadera a los ojos de Dios Padre consiste en ocuparse de los huérfanos y de las viudas en sus aflicciones, y no dejar que el mundo te corrompa.»

En su libro ¡Bien hecho!, Dave Thomas dijo: «Los cristianos que se remangan la camisa ven el cristianismo como fe y acción. Aun así, se toman tiempo para conversar con Dios en oración, estudian las Escrituras con devoción, son súper activos en su iglesia y llevan su ministerio a los demás con el fin de divulgar la buena Palabra.»

Rick Warren dice en su obra Una vida con propósito: «En el Cielo, Dios no nos pedirá razón sobre nuestra carrera profesional, nuestra cuenta bancaria o nuestras aficiones, sino que revisará cómo tratamos a los demás, en particular a los necesitados.»

Jesús dio el ejemplo del concepto de remangarse la camisa. Continuamente demostró amor a los demás. Se compadecía de los necesitados y se sentía impulsado a actuar con amor. Era misericordioso. Manifestaba bondad. Daba de comer a los hambrientos y curaba a los enfermos. Luchaba contra el mal y la injusticia.

Esforcémonos por dar un ejemplo tangible del amor que Dios abriga hacia la humanidad, dándolo a conocer a Él y comunicando Su amor a los menesterosos: en la esfera espiritual, al llevarlos a conocer a Jesús; y en la práctica, al atender sus demás necesidades.

Fuente: Activated

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