El poder transformador de la fe

YO SOY UN FARISEO RECUPERACIÓN

Al comenzar la vida cristiana solemos estar animados y entusiasmados, pero poco a poco nos encontramos que cada vez es más complicado experimentar poca o ninguna verdadera transformación espiritual.

La buena noticia para los cristianos es que un remedio divino para nuestros corazones endurecidos y fríos está disponible. Y ese remedio se encuentra en el poder transformador del Evangelio, cuyo objetivo no es sólo nuestra regeneración sino también nuestra transformación a la imagen de Cristo. Su propósito no es sólo perdón pero cambiar en verdaderos adoradores de Dios.

Sin embargo, a menudo reducimos el Evangelio a un plan de salvación de Dios destinado a las personas perdidas, sin darse cuenta de que es también el plan de salvación de Dios destinado a los ya cristianos. El mismo mensaje del Evangelio que salva a los pecadores también santifica a los Santos.

Para entender más plenamente cómo el Evangelio nos salva como creyentes y cambia nuestros corazones de tal modo, primero debemos aprender a rechazar los falsos remedios espirituales.

FALSIFICACIÓN DE REMEDIOS

La respuesta de un nominalista a la falta de transformación espiritual en el corazón de un cristiano suele invitar a no preocuparse por ello. Se argumenta que estamos bajo la gracia y no la ley. Pero la Biblia enseña que cualquier amistad a largo plazo con el pecado debe alertarnos a la mortandad de nuestros corazones y a la ausencia de una conversión auténtica.

La segunda receta que debemos rechazar es la de que como cristianos no debemos hacer ninguna contribución real para nuestra transformación espiritual, sino solo ceder el control de nuestras vidas a Dios. Para resolver nuestras batallas espirituales sólo tenemos que entregarnos a Dios.

Esto nos lleva a pasar nuestras vidas enteras esperando una transformación por la que no estamos moviendo ni un dedo. En lugar de esperar «algo más» debemos aprender a comprender y aprovechar todo lo que Cristo ya nos ha ofrecido. (Col. 2:9-10)

Otra solución falsa es la moralista , cuya filosofía nos invita al esfuerzo y flagelación del a carne. Aunque es cierto que debemos esforzarnos por mejorar, estamos en peligro si creemos que por nuestra propia capacidad y autodeterminación seríamos capaces de alcanzar un estado de santidad delante de Dios. En este proceso de desarrollo personal el Espíritu Santo juega un papel fundamente. Pablo dice: Habiendo comenzado por el espíritu, ¿ustedes intentan alcanzar su meta por esfuerzo humano? (Gal. 3:3)

NUESTRO PROBLEMA CENTRAL: «IDOLATRÍA DEL CORAZÓN»

La razón de que las prescripciones anteriores inevitablemente dejen a las personas en estado de negación y no se produzca ningún cambio en sus vidas no es externo, es interno, es un problema del corazón.

La verdadera espiritualidad no es sólo una cuestión de la mente y la voluntad; también es un asunto del corazón. Una persona que tiene un conocimiento de la doctrina y teología – sin afecto religioso – nunca ha participado en la verdadera religión.

Una de las razones por las que nuestros corazones no experimentan una auténtica transformación es porque idolatramos a otras cosas que nos alejan del amor de Dios, ya sean objetos, personas o ideas.

Algunas de las idolatrías más comunes de nuestro tiempo son la búsqueda de aprobación, fama, posesiones, poder, placer, control, relaciones, sexo o dinero. Cuando estos deseos nos seducen, apartamos a Dios de nuestra vida y, consecuentemente, interrumpimos la transformación de nuestro ser.

EL REMEDIO DIVINO: ARREPENTÍOS Y CREED EN EL EVANGELIO

¿Cómo, entonces, el poder del Evangelio transforma nuestros corazones idólatras? A través del arrepentimiento y la fe.

El mensaje de Jesús fue sencillo pero impactante: Arrepiéntanse y crean en las buenas noticias (Marcos 1:15). El apóstol Pablo dedicó buena parte de las Epístolas a explicar que es esa fe y ese arrepentimiento los que nos llevan a una conversión auténtica.

Debemos preguntarnos cuáles son los ídolos que dominan nuestro corazón, y una vez identificados, debemos estar dispuestos a tomar medidas radicales contra ellos, arrepintiéndonos y rogando por la misericordia de Dios.

El arrepentimiento, sin embargo, es sólo la mitad de nuestra responsabilidad en la transformación, el lado negativo, defensivo de la ecuación. La otra responsabilidad dada a nosotros en las escrituras es la estrategia ofensiva, positiva llamada fe, que consiste en aprender cómo establecer los afectos de nuestro corazón y centrar nuestra mente en Cristo.

Somos perdonados: el arrepentimiento y la fe nos muestra que nuestros pecados fueron limpiados por Cristo, dándonos la oportunidad de abrazar una nueva vida en la que no seremos esclavos del pecado, sino que seremos libres en Cristo para practicar el bien.

Somos aceptados: ya no necesitamos temer el rechazo. Ya no debemos ganar la aprobación de los demás o esconder nuestras debilidades. No siempre tenemos que defender o construir nuestra reputación. Podemos dejar de intentar ser algo que no somos y reconocer delante de los demás y delante de Dios que somos errantes pecadores. Ahora podemos movernos hacia los demás con un amor audaz, como Cristo, sin miedo al rechazo.

Somos adoptados: no necesitamos vivir o sentirnos huérfanos espiritualmente. Dios no nos ve sólo como pecadores, sino también como sus propios hijos e hijas. Ahora tenemos acceso inmediato a la presencia del Padre, sin la necesidad de sacerdotes intermediarios.

No estamos solos: mediante la fe en Cristo hemos obtenido el don del Espíritu Santo, que nos consuelo, nos alienta y nos da poder para vivir la vida que Dios nos ha llamado a vivir.

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