La importancia de solo mirar a Jesucristo
La vida cristiana se compara en diferentes ocasiones en la escritura con una carrera. Atletismo, donde, por supuesto, hay un lugar de partida y uno de llegada, comúnmente entendido como un objetivo.
En esta hermosa carrera, tú y yo somos los corredores de la Gloriosa carrera de la fe. El apóstol Pablo ya usaba con el joven Timoteo esta metáfora.
En 1 Corintios 9:24, el Apóstol dice: «¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis.»
Cualquiera que desee correr en esta carrera debería saber que debe hacerlo con todo su corazón, ya que no se trata de una competición, ni de una lucha por un premio cualquiera, se trata del esfuerzo que realizamos por la salvación de nuestra alma, siendo esta coronada con la vida eterna.
En Hebreos 12:1-2, el Apóstol dice: «Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.»
En esta gloriosa fe debemos saber que estamos, y siempre estaremos, rodeados por una gran multitud testigos, hombres y mujeres que corrieron la carrera de la fe, que fueron valientes y no se desmayaron, obteniendo así la victoria celestial.
El texto que hemos leído nos enseña cuatro cosas
Lo primero es que tenemos que deshacernos de todo e peso que llevamos encima. La idea original sugiere que deberíamos hacer esto para despojarnos de toda ropa inapropiada, ya que agregará peso a nuestra cuerpo, dificultándonos la carrera.
Por el contrario, deberíamos ser personas sencillas, sin maldad, llenas de luz. ¿Cuántas personas no conocemos que, aun estando en esta creencia, se acostumbran a vivir con resentimiento, envidia, y odio, por los sucesos del pasado? ¿Cuántas personas no conocemos que cargan con recuerdos innecesarios de su pasado, que ya fue perdonado por Cristo, dificultando así que lleven una vida cristiana llena de paz, libertad, y alegría en el servicio a Dios?
La segunda cosa que el texto nos enseña es que tenemos que escapar de todo pecado. Somos asediados por el pecado, pero debemos huir de las muchas tentaciones. Estas procuran estimular nuestra tendencia al pecado, y esto se convierte en un reductor de velocidad durante nuestra gloriosa carrera.
Lo tercero que nos enseña el texto es que tenemos que correr la carrera con paciencia. No se trata de correr sin tener un objetivo claro, sin realmente entender la Gracia de Dios, sino de caminar con paciencia, permitiendo que nuestra fe crezca todos los días.
Si caminamos escuchando la voz de Dios, podremos diferenciar entre el bien y el mal, y esto nos permitirá evitar el error. Tenemos que caminar pacientemente y esperar el cumplimiento de cada promesa que Dios nos hace. Tenemos que caminar sin preocupaciones, evitando la fatiga y el agotamiento, ya que esto podría hacernos desistir. No sirve de nada que empecemos con un alto ritmo si a la mitad del camino deberemos pararnos.
Finalmente, sobre todo, solo tenemos que mirar a Jesús. Mirar a Jesucristo es una de las cosas que a los creyentes nos cuesta hacer. Sucede que nos acostumbramos a centrarnos en las cosas de esta vida. Tendemos a compararnos con nuestra familia, hermanos en la fe, o amigos. Nos pasa a todos. Comenzamos a mirar un mundo lleno de placer y entretenimiento, y repleto de maldad, y eso nos desanima.
Miremos solamente al Señor, nuestro único Salvador y nuestro más elevado ejemplo de perfección.
¿Cuántos de nosotros no nos desanimamos al ver el mal testimonio de muchos creyentes? Nos desanimamos cuando escuchamos comportamientos inadecuados incluso de líderes cristianos, pero cuando nos alejamos de todo esto que nos rodea, solo podemos ver la perfección de nuestro Señor Jesucristo.
En cuanto avanzas en esta carrera, descubrirás que esta no es razón para detenerse o regresar, porque puedes ver al Señor invitándote a seguir.
Si diriges tu mirada al Señor, verás que es imposible detenerse. Verás que extiende su mano hacia ti, y no podrás hacer más que seguirle.
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