Es de suma importancia que los primeros conversos comprendan muy temprano lo que es la piedad. Si desde muy temprano se les inculca la verdad exacta, crecerán fuertes en la fe y se podrá contar con ellos en el camino del Evangelio.
La piedad no consiste en conocimiento doctrinal, aunque el propósito de la doctrina es darnos las herramientas para obrar en la práctica. El conocimiento doctrinal es esencial para servir a Dios, pero eso no significa que vayamos a actuar píamente por tener ese conocimiento.
El diablo tiene conocimiento doctrinal, pero no tiene piedad. Un hombre puede tener un amplio conocimiento doctrinal, sin embargo, puede no tener ni un átomo de compasión.
La piedad no consiste en la exaltación de sentimientos. Es cierto que en un acto piadoso podemos encontrar estas características, pero entendamos que esas emociones involuntarias pueden encontrarse también en personas no pías.
Es posible que algunas personas puedan experimentar estas emociones hasta el punto de, literalmente, desvanecerse en éxtasis, pero sin ningún tipo de piedad.
A la luz de la Biblia, la piedad es la obediencia a Dios. La sumisión del alma a su voluntad. La piedad no consiste en ir a la Iglesia, leer la Biblia, orar, o hacer algo de lo que llamamos deberes religiosos.
Muchas personas llegan a ser muy estrictas con estas obligaciones religiosas, y se juzgan a sí mismos como justos mientras descuidan lo que en realidad es una vida cristiana.
Ir a la Iglesia y leer la Biblia pueden ser una expresión o un acto de piedad, pero el cumplimiento de estos deberes no hace a uno más cristiano. Una persona puede ser muy celosa en sus puntos doctrinales, pero si no obedece a Dios, no se somete a su voluntad, y vive en pecado, no tendrá ni un átomo de piedad.
Por lo tanto, sin la piedad, todo lo que harías en la Iglesia sería inútil para Dios y no representaría más que una religiosidad hueca y vacía. Un hombre puede pasar la mitad de su tiempo rezando sin ser piadoso, ya que para nada sirve la oración si no guarda los mandamientos de Dios.
En Proverbios 28:9, la Biblia nos dice: «El que aparta su oído para no oír la ley, Su oración también es abominable.»
Jesús nos hubiera llamado hipócritas, ya que, al igual que dijo Dios al pueblo de Israel a través del profeta Isaías, el Señor no se contenta simplemente de nuestras ofrendas y nuestros sacrificios, sino que desea que le sirvamos desde lo más profundo de nuestro ser. Debemos ser cristianos por amor a Dios, no por convicción, ni por tradición, sino por conversión.
Hay algunos miembros de la Iglesia que procesan una falsa piedad, lamentándose de su propia condición, pero sin una voluntad real de abandonar el pecado. Muchos reconocen tener el deseo de abandonar sus errores y llevar una vida en santidad. No obstante, a Dios le agrada no solo nuestra intención, sino la puesta en práctica de la misma.
Al mismo tiempo, podemos caer en el error de decidir servir a Dios creyendo que así obtendremos algún tipo de beneficio material o personal. Es cierto que servir a Dios trae un impacto irreversible a nuestra vida, convirtiéndonos en nuevos seres. No obstante, Dios no aceptará nuestra servidumbre si le buscamos para obtener un beneficio y no por amor genuino e inocente.
Si no procede del fondo del corazón para agradar a Dios, ninguna acción exterior es agradable a sus ojos. Si se hace con una inspiración injusta y si no proviene de la disposición del corazón a la piedad, a la voluntad de Dios, y a la obediencia, estaremos desperdiciando nuestro tiempo.
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