Romanos 6: 17-18 muestra que todas las personas son esclavas del pecado antes de llegar a la fe en Jesucristo: «Pero gracias a Dios que, aunque antes eran esclavos del pecado, ya se han sometido de corazón a la enseñanza que les fue transmitida. En efecto, habiendo sido liberados del pecado, ahora son ustedes esclavos de la justicia.» Pablo explica en el versículo anterior: «¿Acaso no saben ustedes que, cuando se entregan a alguien para obedecerlo, son esclavos de aquel a quien obedecen? Claro que lo son, ya sea del pecado que lleva a la muerte, o de la obediencia que lleva a la justicia» (v. 16).
Un esclavo o doulos en el idioma griego original del Nuevo Testamento, era una persona que servía la voluntad de su maestro. Un esclavo del pecado indica que una persona está obligada a seguir la voluntad del pecado; una persona no tiene poder para dejar al «maestro» del pecado. Además de ser esclavo por nuestra condición, una persona es esclava del pecado en función. En Juan 8:34, Jesús les dijo a los líderes religiosos incrédulos: » —Ciertamente les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado —respondió Jesús—.» Las personas son esclavas del pecado tanto por su naturaleza humana caída (a menudo referida por los teólogos como pecado original) como por sus acciones.
Sin embargo, cuando una persona llega a la fe en Jesucristo, es «liberad[a] del pecado» (Romanos 6:18). Además, nos convertimos en «esclavos de la justicia». Para el creyente, esta nueva libertad viene como un regalo. El costo fue la muerte de Jesucristo. Romanos 6: 6 comparte: «Sabemos que nuestra vieja naturaleza fue crucificada con él para que nuestro cuerpo pecaminoso perdiera su poder, de modo que ya no siguiéramos siendo esclavos del pecado». La crucifixión de Jesús cubrió el costo de nuestro pecado. Al que cree en Él se le da vida eterna (Juan 3:16) y una vida nueva.
La respuesta del creyente que ha sido liberado de la esclavitud del pecado es clara: «Por lo tanto, no permitan ustedes que el pecado reine en su cuerpo mortal, ni obedezcan a sus malos deseos. No ofrezcan los miembros de su cuerpo al pecado como instrumentos de injusticia; al contrario, ofrézcanse más bien a Dios como quienes han vuelto de la muerte a la vida, presentando los miembros de su cuerpo como instrumentos de justicia.» (Romanos 6: 12-13). Basado en el gran amor, gracia y misericordia de Dios, nuestra respuesta es no vivir más en obediencia al pecado, sino vivir en justicia y en obediencia a Dios. Esto no es para ganar Su favor, sino para expresar nuestro amor por su maravilloso perdón y regalo de vida eterna.
¿Cómo debemos responder cuando nos encontramos pecando como creyentes? Las Escrituras ofrecen dos principios útiles. Primero, confesamos nuestros pecados: «Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad.» (1 Juan 1: 9).
Segundo, nos damos cuenta de que continuaremos luchando con las tentaciones pecaminosas como creyentes. Incluso con el Espíritu de Dios en nosotros, nuestra debilidad humana trata con deseos que pueden hacernos tropezar. Pablo afirmó lo siguiente: «Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa, nada bueno habita. Aunque deseo hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Y, si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado que habita en mí.» (Romanos 7: 18-20).
Como creyentes, ya no somos esclavos del pecado. Sin embargo, continuaremos luchando con deseos y tentaciones pecaminosas en esta vida. Nuestro objetivo es acercarnos a Dios, resistir al diablo (Santiago 4: 7-8) y vivir de acuerdo con los caminos de Dios conforme a nuestra nueva vida en Cristo.
Fuente: Compelling Truth
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