Por difícil que sea aceptarlo, la presencia de paz en nuestras vidas tiene poco que ver con los esfuerzos que hacemos para alcanzarla. Es un hecho que, a veces, la paz elude a quienes más van en pos de ella, mientras que otros que tal vez ni la busquen se tropiezan con ella como si fuera por casualidad.
A la misma vez, la Biblia contiene muchos versículos como el de 1 Pedro 3:11, que nos amonestan a apartarnos del mal, hacer el bien y seguir la paz aunque tengamos que correr tras ella.
Estamos ante un dilema: ¿debemos procurar la paz activamente o no? Ese dilema nunca se resolverá por completo.
La paz es tema muy extenso y profundo, y a nadie ayudamos tratándolo con planteamientos generales. De nada vale tampoco soñar con soluciones grandiosas: “salvar a la humanidad” o “realizar la paz mundial».
A la mayoría de nosotros nos abruman otras cosas. Apenas salimos de casa nos sobran las obligaciones que requieren nuestra atención hoy mismo, por pequeñas que sean. Por eso, no busquemos la paz porque nos traiga serenidad, busquémosla mediante un amor activo.
Pablo les sugiere lo mismo a los Romanos: “Esforcémonos por hacer lo que contribuye a la paz”. Cada uno de nosotros es capaz de amar y, sin duda, en la vida todos podremos encontrar algo que hacer que contribuya a la paz.
Naturalmente, antes de poner manos a la obra debemos tomar una decisión. Las palabras de Jesús: “Mi paz os doy, no os la doy como la da el mundo”, contienen una promesa. Pero también nos invitan a tomar una decisión: aceptamos la paz que Él ofrece, o le damos la espalda y elegimos la que da el mundo.
Es una decisión entre muchas, pero me atrevo a decir que es la más crítica porque nos afectará en todas las esferas de la vida. Tarde o temprano, cualquier otra decisión que tomemos—de índole económica, personal, política o social—quedará afectada por ella.
Aun Jesucristo tuvo que elegir. Después de su bautismo en el río Jordán, el Espíritu lo llevó al desierto, donde el diablo le tentó. Ayunó por cuarenta días y cuarenta noches. Disminuido físicamente, vulnerable, debió entonces tomar una decisión: o zafarse y ceder a las maquinaciones de Satanás, o permanecer firme del lado de Dios.
La tentación asomará en las vidas de todos nosotros, aunque nunca sea tan agonizante como la que Jesús venció. Pero la fuerza moral de Jesús le hizo elegir el permanecer fiel a su Padre. La victoria que eso logró es fuente de esperanza y fortaleza. Además, es un recordatorio de que todos somos llamados a ser hijos de Dios.
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