La fe en Dios tiene una parte subjetiva y otra objetiva. La objetividad de la fe está señalada en la epístola a los Hebreos, cuando su autor dice en el capítulo 11 que la fe “es la certeza de lo que se espera” (Hebreos 11:1).
Esta idea se ilustra mejor de la siguiente manera. Dos niñas estaban contando sus ahorros. “Tengo siete euros”, decía una. “Y yo tengo diez”, contestó la otra. “No -dijo la primera- tú tienes cinco”. “Sí, pero mi papá me ha dicho que me dará cinco más esta noche, así que tengo diez”.
En el terreno espiritual, fe quiere decir que tenemos ya, aquí, lo que nuestro Padre nos ha prometido.
- Vivimos en un mundo donde todos los días mueren seres humanos, pero creemos en otro mundo donde la muerte no será más.
- Todos los días hay cuerpos de hombres y de mujeres que bajan a la tierra y se corrompen, pero creemos que un día esos cuerpos resucitarán gloriosos.
- Vivimos en un mundo donde el pecado hace estragos a diario, pero creemos en otro mundo donde el pecado habrá desaparecido para siempre.
- Vivimos en una tierra donde el odio, la maldad, las intrigas, están a la orden del día. Pero creemos en otro mundo donde sólo imperará el bien.
- Clamamos a Dios, oramos para que Su justicia se cumpla y Cristo aparezca de nuevo para arrebatar a Su Iglesia. Nos parece que Dios está sordo, que no nos oye, pero vivimos creyendo y esperando Su segunda venida. Creemos que un día, el Señor, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo.
- Vivimos casi agonizando en este valle de lágrimas. Presos de nuestros pecados y de las injusticias de los demás, pero creemos y suspiramos porque un día viviremos para siempre en esas mansiones de que nos habla el capítulo 14 de Juan, en el paraíso prometido por Cristo al ladrón de la Cruz.
No se turbe vuestro corazón -dice la Escritura- creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay, si así no fuera, yo os lo hubiera dicho, voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis (Juan 14:1-3).
La fe en Dios debe llevarnos hasta el abandono de todas las ataduras humanas, Cristo así lo exige. El que ame a padre o a madre más que a mí -dice-, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá, y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará (Mateo 10:37-39).
Pero aún cuando no se la busca de una forma egoísta y calculada, la fe en Dios tendrá su recompensa. No será una ínsula artificial, sino un reino seguro de gloria, tal como está escrito en Mateo 19:27-29.
Fuente: Evangélico Digital
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