La gracia es un favor inmerecido de Dios. Nos permite ser salvos y tener vida eterna en Jesucristo. Todos tenemos fallas y deficiencias, y nadie puede decir realmente que ha vivido una vida tal que le haga merecer el favor inmerecido de Dios. Su gracia no se basa en nada que podamos hacer: «Y, si es por gracia, ya no es por obras; porque en tal caso la gracia ya no sería gracia.» (Romanos 11: 6). No es una mezcla de obras y gracia lo que nos salva. La gracia de Dios es todo o nada. Su gracia cubre nuestros pecados al cien por cien. Los cristianos entienden que es por gracia a través de la fe que somos salvos (Efesios 2: 8–9).
Dios envió a su Hijo Jesús a morir como pago por nuestros pecados antes de que reconociéramos sus méritos. «A la verdad, como éramos incapaces de salvarnos, en el tiempo señalado Cristo murió por los malvados. Difícilmente habrá quien muera por un justo, aunque tal vez haya quien se atreva a morir por una persona buena. Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros. «(Romanos 5: 6–8). Su sacrificio perfecto nos abrió el camino para recibir la gracia de Dios, trayendo consigo la vida eterna, la justicia y la libertad de los pecados y las ataduras de nuestra naturaleza carnal (2 Corintios 5:21).
La gracia de Dios es totalmente inmerecida. Ninguno de nosotros la merece, porque todos somos pecadores (Romanos 3: 10-12, 23). En la parábola del hijo pródigo, Jesús nos da un ejemplo de cómo se ve la gracia de Dios en acción. En esta historia, el hijo de un hombre rico exige su herencia antes del tiempo correspondiente. Su padre se la entrega y el hijo va y derrocha todo en una vida insensata. En su punto más bajo, el hijo no tiene dinero y alimenta cerdos, anhelando comer la misma comida que ellos, pero nadie le da nada. Finalmente decide regresar a la casa de su padre y pedir ser un sirviente, así al menos tendría comida y refugio. Cuando regresa, su padre tiene una idea muy diferente:
«Así que emprendió el viaje y se fue a su padre. Todavía estaba lejos cuando su padre lo vio y se compadeció de él; salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: “Papá, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco que se me llame tu hijo”. Pero el padre ordenó a sus siervos: “¡Pronto! Traigan la mejor ropa para vestirlo. Pónganle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero más gordo y mátenlo para celebrar un banquete. Porque este hijo mío estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado”. Así que empezaron a hacer fiesta.»(Lucas 15: 20–24).
El hijo pródigo no trajo nada más que vergüenza y una mala reputación a su padre, pero su padre corrió hacia él cuando lo vio regresar desde muy lejos. Este es el tipo de gracia que Dios nos muestra. Todos hemos cometido tantos errores. Nos hemos rebelado y pensamos que nuestros caminos serían mejores que los suyos. Cuando nos damos cuenta de que no lo son, podemos recurrir a Dios y Él nos acepta gozosa y voluntariamente como Sus hijos (Juan 1: 12–13; 3: 16–18).
Algunas personas piensan que una vez que han sido salvados por la gracia de Dios, significa que pueden pecar tanto como quieran, porque están «cubiertos» por la gracia de Dios. ¡Es todo lo contrario! La gracia de Dios no es una excusa para pecar. Más bien, es la gracia de Dios que nos salva y es la gracia de Dios que nos entrena y nos permite vivir vidas justas: «En verdad, Dios ha manifestado a toda la humanidad su gracia, la cual trae salvación y nos enseña a rechazar la impiedad y las pasiones mundanas. Así podremos vivir en este mundo con justicia, piedad y dominio propio, mientras aguardamos la bendita esperanza, es decir, la gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo. Él se entregó por nosotros para rescatarnos de toda maldad y purificar para sí un pueblo elegido, dedicado a hacer el bien.» (Tito 2: 11–14).
Otros piensan que después de ser salvos por gracia debemos hacer buenas obras para mantener nuestra salvación. Pero, de nuevo, ¡es todo lo contrario! La gracia de Dios es la que nos mantiene, y no nuestros propios esfuerzos. Como se señaló anteriormente, las buenas obras son el resultado de la salvación, pero son el fruto de la obra de Dios en nosotros. Todavía fallaremos como creyentes, pero Dios es fiel para perdonarnos (1 Juan 1: 9). Podemos confiar en que somos justificados por Su gracia y eternamente seguros en ella (Juan 6: 39–40).
Si nos dejara solos, seguiríamos pecando y huyendo de Dios, pero Él nos atrae hacia Él (Juan 6:44). Cuando elegimos poner nuestra fe en Cristo y en su acto redentor de ser crucificado por nuestros pecados, Dios nos justifica con Su gracia y acredita nuestra fe como justicia (Romanos 4: 5). Dios nos justifica cuando no lo merecemos. ¡Gracias a Dios por su gracia interminable hacia nosotros!
Fuente: Compelling Truth
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