¿Dios me ama?

Sabemos que Dios es amor (1 Juan 4:8). Sabemos que Dios ama al mundo (Juan 3:16). Pero, ¿nos ama Dios como individuos? ¿Me ama a mí, un pecador? ¡Sí! La escritura está repleta de afirmaciones del amor de Dios por los individuos.

En el Antiguo Testamento, se nos presenta no sólo la historia de un grupo étnico. Nos encontramos con personajes individuales, con quienes Dios habló y se relacionó. Moisés, José, Jonás, Job, David, Ester, Rut, Jabés, Agar, y más. A Dios le importaban estos individuos, de los cuales, algunos no eran ni siquiera Israelitas.

En el Nuevo Testamento, vemos el amor de Dios vestirse de pellejo humano. La salvación es la demostración más grande del amor de Dios por cada uno de nosotros (1 Juan 3:16). Jesús se humilló no sólo tomando forma humana, sino también permitiéndose ser asesinado brutalmente por los pecados que nosotros cometimos (Filipenses 2:5-8). Esto lo hizo con gozo (Hebreos 12:2). Y lo hizo mientras estábamos todavía muertos en nuestros pecados (Romanos 5:6-11; Colosenses 2:13). No impresionamos a Dios ni lo persuadimos que nos salvara. La salvación proviene completamente de su corazón de amor. Jesús se hizo pecado para que nosotros fuéramos hechos justos; nos brindo nueva vida (2 Corintios 5:17, 21). Nos salvó con este propósito. Somos la obra maestra de Dios (Efesios 2:8-10). Parte de este propósito es compartir el amor de Cristo con los demás.

Un cuadro hermoso de este amor fue cuando Jesús lavó los pies a sus discípulos. Fue la tarea de un humilde siervo fregar los lodosos pies de las visitas. Después de hacerlo, Jesús dijo, “Este mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros. De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros.” (Juan 13:34-35). Jesús estaba interesado en mostrar el amor, no sólo a sus discípulos, sino a otros también. Sanó a muchos; proveyó comida para los hambrientos; les habló a los marginados de su época, aun a una mujer samaritana (Juan 4). Jesús amó a las personas de manera individual. Su ministerio no fue transmitido públicamente, sino llevado a cabo uno por uno. Escogió a un grupo de doce discípulos, y a un círculo más íntimo de tres. Habló con los individuos a quienes sanó. No excluyó a los que no eran israelitas, sino compartió su amor con quienes lo recibieran.

Tal vez uno de los pasajes más conmovedores en la Biblia es Juan 17, que registra lo que a veces se llama la oración sumo sacerdotal. En ella, Jesús oró por sus discípulos. Siempre oraba por futuro creyentes – nosotros. Antes de su crucifixión Él pensaba en nosotros, no en una manera negativa ni acusadora. Pensó en nosotros y oró “para que todos sean uno. Padre, así como tú estás en mí y yo en ti, permite que ellos también estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí. Permite que alcancen la perfección en la unidad, y así el mundo reconozca que tú me enviaste y que los has amado a ellos tal como me has amado a mí. Padre, quiero que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy. Que vean mi gloria, la gloria que me has dado porque me amaste desde antes de la creación del mundo. Padre justo, aunque el mundo no te conoce, yo sí te conozco, y éstos reconocen que tú me enviaste. Yo les he dado a conocer quién eres, y seguiré haciéndolo, para que el amor con que me has amado esté en ellos, y yo mismo esté en ellos” (Juan 17:21-26). Jesús quiere que nosotros estemos unidos los unos a los otros, unidos a Él, para estar con Él, conocerlo a Él, y experimentar su amor. Esta no es una oración acerca del mundo o un grupo de caras sin nombre. Es una oración por individuos.

Leer la Palabra de Dios es una forma excelente de descubrir su amor por nosotros. Esto es algo de lo que dice:

Tú creaste mis entrañas; me formaste en el vientre de mi madre. ¡Te alabo porque soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas, y esto lo sé muy bien! Mis huesos no te fueron desconocidos cuando en lo más recóndito era yo formado, cuando en lo más profundo de la tierra era yo entretejido. Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación: todo estaba ya escrito en tu libro; todos mis días se estaban diseñando, aunque no existía uno solo de ellos. (Salmo 139:13-16)

… y él les tiene contados a ustedes aun los cabellos de la cabeza. Así que no tengan miedo; ustedes valen más que muchos gorriones. A cualquiera que me reconozca delante de los demás, yo también lo reconoceré delante de mi Padre que está en el cielo. (Mateo 10:30-32)

El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia. (Juan 10:10)

Así como el Padre me ha amado a mí, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si obedecen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, así como yo he obedecido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que tengan mi alegría y así su alegría sea completa. (Juan 15:9-11)

Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: «¡Abba! ¡Padre!» El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues si ahora sufrimos con él, también tendremos parte con él en su gloria. (Romanos 8:15-17)

A los que predestinó, también los llamó; a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó. ¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas?… Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor. (Romanos 8:30-32, 37-39)

Por tanto, imiten a Dios, como hijos muy amados, y lleven una vida de amor, así como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como ofrenda y sacrificio fragante para Dios. (Efesios 5:1-2)

El Señor no tarda en cumplir su promesa, según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca sino que todos se arrepientan. (2Pedro 3:9)

El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que salga vencedor le daré del maná escondido, y le daré también una piedrecita blanca en la que está escrito un nombre nuevo que sólo conoce el que lo recibe. (Apocalipsis 2:17)

Fuente: Compelling Truth

 

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