Las palabras más tristes de la Biblia

¿Qué se sentiría saber que hemos desperdiciado nuestras vidas?

Quizá puede sentirse como si estuviéramos desperdiciando nuestras vidas si no estamos cumpliendo lo que sea que creemos que es lo mejor para nosotros. Para algunos de nosotros el llegar a la cima de nuestra profesión o tener un salario muy alto es el sueño. O podemos sentirnos que, si no nos casamos o tenemos hijos, o si no salimos a trabajar sino que estamos en casa cuidando niños, es un desperdicio de nuestra vida. Incluso podemos sentirnos así si trabajamos simplemente en un supermercado acomodando productos.

Vivir una simple vida en este mundo, yendo al trabajo, a la escuela o a la universidad, luego volver a casa, comer, ver la televisión, ir a dormir (y tener la misma rutina todos los días) puede ser frustrante y sentirse vacío e inútil.

Pero aun así, lo que hacemos o no hacemos, no siempre puede decirse que fue tiempo desperdiciado. Tener grandes logros humanos no siempre son la muestra de ser exitoso.

La única manera en la se puede desperdiciar la vida es…

He descubierto lo que significa realmente haber desperdiciado tu vida y se describe con las palabras más tristes de la Biblia:

“Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”. Mateo 7:22-23.

Qué tragedia sería si viviera lo que creía que era una buena vida, una vida al servicio de Dios, solo para descubrir que nunca llegué a conocerlo realmente, y si al encontrarme con Cristo al final de mi vida, Él me mirara y me dijera: “No te conozco”.

¿Cómo podría pasar eso?

Es posible para uno aceptar una forma de “cristianismo” que es básicamente algo como: “Reconocer que Jesús murió por mis pecados y que me ha abierto un camino al cielo, siempre y cuando lo crea y lo haya aceptado como mi Salvador”. Y eso es todo.

Personalmente, esta creencia básica me motivó a ser voluntaria, involucrarme en grupos y otras buenas obras. Yo pensaba que esto era suficiente. Esta fue la vida cristiana que viví en mi juventud. Mi esposo y yo vivíamos vidas cristianas muy “activas” en nuestra iglesia evangélica local; servíamos en comités, éramos responsables de un grupo de jóvenes, ayudábamos a dirigir grupos de discusión, y muchas otras cosas más.

Pero aun así…

Cuando vimos cómo se describía una vida cristiana en la Biblia, venían frases como:

“Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo”. 1 Juan 5:4.

“No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal…” Romanos 6:12.

“…según el poder que actúa en nosotros…” Efesios 3:20.

“…pues quien ha padecido en la carne, terminó con el pecado”. 1 Pedro 4:1.

«Con Cristo estoy juntamente crucificado…» Gálatas 2:20.

Cuando leímos esto, notamos que la manera en cómo vivíamos nuestra vida cristiana no concordaba con los versículos anteriormente mencionados. Por lo cual, concluimos que, aunque habíamos aceptado a Jesús como nuestro Salvador, no estábamos viviendo la vida que Jesús nos dio para vivir cuando Él vino. Era una sensación aterradora, pero al mismo tiempo gratificante.

Asegurándome que Jesús me conozca

Después de entender la diferencia, no propusimos convertirnos en personas que Jesús conozca.

Tomamos la decisión de que convertirnos en personas que Jesús conoce sería el mayor logro que alcancemos en la vida, independientemente de cuánto ganáramos, si tuviéramos hijos o no, si tuviéramos una casa grande, cómo nos fuera en la vida profesional o si la gente importante nos respetara. El mayor logro que personalmente puedo obtener en la vida es, en primer lugar, saber cómo Jesús venció la tentación a pecar en su propia vida, y luego seguir su ejemplo y hacer lo mismo…  

Esto es lo que significa “ser participante de los padecimientos de Cristo”. (1 Pedro 4:12-13; 1 Pedro 2:21). Sí, es resistir mis tendencias humanas en mi propia vida, día tras día, para que gradualmente obtenga más naturaleza divina.

Sin embargo, no tienen que pasar cosas dramáticas para recibir naturaleza divina. Recuerdo que, en una ocasión, mi hermana y yo estábamos hablando con unos amigos que dijeron que tenían un mueble del que se iban a deshacer e iban a preguntar que si alguna de nosotras dos lo quería. Justo antes de que terminarán la frase yo dije: “¡Yo lo quiero!” Yo sabía qué tipo de mueble era y preferiría tenerlo yo a que lo tenga mi hermana. Al final, yo recibí el mueble, pero al reflexionar poco más tarde sobre mi comportamiento y motivos, encontré algo en mí que debía juzgar: egoísmo y una desagradable avaricia. Juzgar mis acciones y motivos es algo que ocurre en silencio; algo que ocurre entre Dios y yo. Mi hermana y mis amigos no vieron lo que estaba ocurriendo en mi interior, pero al admitir ante Dios que había sido egoísta y avariciosa y al pedir perdón y fuerza para negar ese comportamiento en el futuro, aprendí y conocí más cómo seguir a Jesús, y por esa misma razón Él pudo comunicarse conmigo.

Si vivo mi vida de esta manera, no estoy desperdiciando mi vida, sean cual sean mis circunstancias. Sé que no soy una persona exitosa según muchos estándares: No tengo un gran salario, no soy muy conocida, no estoy en la cima de mi profesión, ni tampoco vivo en una bonita casa en el campo. Pero una “vida exitosa” para mí es escuchar estas palabras:

“Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”. Mateo 25:21.

Fuente: Cristianismo Activo

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