Todo gira en torno al pecado. Jesús vino a causa del pecado, y nosotros necesitamos ser salvados a causa del (debido al) pecado. (Romanos 8:3-4). A causa del pecado, seguimos viviendo (para nosotros mismos) después de haber sido salvados, pero es a través de mi fidelidad y el sufrimiento que cada vez más puedo deshacerme del pecado, tanto en mí como en otros.
Todos tenemos pecado
A causa de la caída, todos los seres humanos tienen las leyes del pecado implantadas en su cuerpo desde que nacen, y por lo tanto, existe una voluntad que está en desacuerdo con Dios y Sus leyes. (1 Juan 1:8). No hay ningúna condenación por causa de tener pecado, solamente la hay si obedecemos conscientemente a sus deseos. Esto se debe a que el poder que tiene el pecado es por la ley, y donde no hay ley (no hay luz), tampoco hay condenación. (Romanos 4:15; Romanos 5:12-13). Por medio del Espíritu Santo, Dios convence a una persona de sus malas acciones una vez que ha madurado, el pecado se vuelve algo consciente, y en este punto Dios puede salvarnos por Su palabra. Sin embargo, si uno no está dispuesto a ser salvado, entonces el resultado será la perdición. Por otro lado, si uno se humilla delante de Dios, entonces Dios tiene fundamento justo sobre el que puede perdonar todos nuestros pecados, ya que Su Hijo, Jesucristo, sufrió y murió por nosotros.
No tenemos que pecar en la tentación
La ley del pecado en nuestros miembros es el pecado interno – el que está pasivo. Es el que mora en la carne, desde donde exige su derecho apelando a la mente para que cedas a sus deseos. Esto es lo que significa ser tentado, pero la tentación no resulta en pecado a menos que yo en mi mente esté de acuerdo en ceder a la tentación. (Santiago 1:14-15). Aquí podemos ver que la razón por la que somos tentados es porque tenemos pecado en la carne, el cual permanecerá dentro de nosotros mientras estemos en este cuerpo. Gracias a esto, tenemos la oportunidad de ser tentados y probados, y por lo tanto de vencer y crecer hasta llegar a ser cada vez más perfectos. (Santiago 1:2-4,12).
Es posible vencer sobre cada manifestación consciente del pecado si no permitimos que la mente ceda a la tentación. De esta forma, la carne está bajo presión, porque sus deseos no son cumplidos. Al permanecer firmemente decididos en nuestra mente y al padecer en la carne, dejamos de pecar (1 Pedro 4:1-2). No acabamos con todo el pecado inmediatamente, sino poco a poco. Como resultado de esto, no cometemos un pecado consciente, y al mismo tiempo la raíz del pecado se va debilitando, por lo que el cuerpo del pecado mismo se va destruyendo gradualmente.
«Las obra del cuerpo de pecado»
La ley del pecado en nuestros miembros sigue produciendo un cierto tipo de pecado: las obras del cuerpo de pecado. Estas se manifiesta en áreas donde aún no hemos recibido luz. Es la naturaleza de la carne hacer la voluntad del pecado, pero como la mente no consiente en ello, no hay condenación por este tipo de obras (Romanos 7:21-24; Romanos 8:1). Sin embargo, cuando estas obras se nos revelan por la luz de Dios, deben ser llevadas a la muerte por medio del Espíritu (Romanos 8:13).
Dos cosas son necesarias para ser liberados del pecado y para que podamos ser uno con Dios: la purificación por medio de la sangre y una vida «crucificvada con Cristo.»
Fuente: Cristianismo Activo
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