La soberbia es un pecado que ha sido la causa de una tremenda miseria a lo largo de toda la historia de la humanidad. Y todas las personas, sin importar su origen, educación o cultura, están llenas de ella. Sin embargo, ¡es posible ser transformado y, poco a poco, vencer la soberbia por completo en nuestras vidas!
¿Qué es la soberbia?
Estoy seguro de que esta pregunta se podría responder de diferentes maneras, pero tal vez lo primero que se tiene que decir es que no es un pecado que se pueda cometer de la misma forma en que se comete adulterio, o en que se dice una mentira o se evaden impuestos. Es más bien una actitud del corazón y una manera de pensar. El viento no se puede ver, pero puedes ver los efectos que ocasiona. Lo mismo sucede con la soberbia. La soberbia te lleva hacer esas cosas. En el fondo, la soberbia es tener un concepto más alto de sí del que se debe de tener. (Romanos 12:3).
Por consiguiente, la siguiente obvia pregunta surge: “¿Cómo debería pensar de mí mismo?” Pablo dice que debo pensar de mí “con cordura.” ¿Qué significa eso? El hecho es que todos nosotros, todos los seres humanos que han nacido desde los días de Adán y Eva hasta hoy, tienen una naturaleza corrompida. Tenemos pasiones y deseos en nuestra carne, lo que significa que todo nuestro ser está repleto de nuestros propios intereses y nuestra propia voluntad. Una persona así no puede vivir una buena vida en el sentido más completo de la palabra, pues a pesar de que cuando haga muchas cosas “buenas”, en su corazón solo las hace por interés propio.
Antes de convertirme a Dios, cedo ante este interés propio cuando veo que algo me conviene. Y aún después de haberme convertido y he comenzado a buscar hacer la voluntad de Dios, el pecado en mi naturaleza me obliga hacer muchas cosas que son tontas, egoístas y que afectan a los demás. Estos pecados, ya sean conscientes o no, son graves y traen consecuencias muy serias para toda la vida, tanto en mi familia, como en mis relaciones con otras personas. Por lo tanto, pensar de mí con cordura es entender que aún hay muchas cosas de las que tengo que ser salvado. Esa es la verdad. Aún hay mucho que aprender – principalmente de Dios a través de la Biblia, su Espíritu Santo, por medio de los apóstoles, profetas y maestros que ha puesto en la iglesia y de las otras personas que utiliza para ayudar. Sin embargo, si soy orgulloso y pienso que sé y entiendo lo suficientemente bien para arreglármelas sin esta ayuda; creo saber cómo vivir y no necesito ningún maestro o consejo y puedo decidir lo que está bien y lo que está mal, ¡y lo haré! El resultado será que Dios y Su Palabra no morarán en mis pensamientos.
Por eso está escrito en Salmos 10:4, “El malo, por la altivez de su rostro, no busca a Dios; no hay Dios en ninguno de sus pensamientos.”
La soberbia es un pecado que no solamente afecta a algunas personas. Todos los seres humanos tienen por naturaleza la tendencia de querer decidir por sí mismos lo que está bien y lo que está mal pero también quieren hacer a un lado las leyes de Dios.
¿Significa que la soberbia es la raíz de todo pecado?
Sí. En Isaías 14:12-14 se describen los pensamientos de Lucero (Lucifer), un angel que era hermoso y perfecto en sabiduría: “Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono… y seré semejante al Altísimo.” Ese deseo de exaltarse a sí mismo – su soberbia – fue el primer pecado. Más tarde, cuando fue arrojado a la tierra como Satanás, tentó a Eva para que hiciera exactamente lo mismo, él le dijo que si comía del árbol del conocimiento del bien y el mal será “como Dios, sabiendo el bien y el mal.” (Génesis 3:5).
La implicación es que, si ella llegara a ascender y ser como Dios ya no necesitaría las leyes de Dios, y de ahí, ella misma sería capaz de decidir lo que está bien y lo que está mal. Ya no necesitaría que Dios le dijera: “De todo árbol del huerto podrás comer…” El deseo de querer ser mi propio jefe, la soberbia, es la raíz de todo pecado, puesto que quiero hacer mi voluntad y menospreciar la voluntad de Dios. No es coincidencia que Lucifer solo se menciona a él cuando dice: “subiré, levantaré, me sentaré y seré.” Este es exactamente lo opuesto al espíritu de Cristo, el cual descendió, y no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse. (Filipenses 2:5)
¿Cómo encontramos la soberbia en nosotros?
Para encontrarla necesitamos 2 cosas. La primera es interactuar con otras personas y tener circunstancias – en otras palabras, solamente necesitamos vivir nuestra vida normal. Si nos sentáramos solos en una isla tropical en donde el clima es perfecto, tuviéramos todo lo que necesitamos y nada saliera “mal”, probablemente nos sería difícil encontrar nuestra propia soberbia. Por el contrario, cuando interactuamos con otras personas y vivimos nuestras situaciones cotidianas, no pasará mucho tiempo antes de que la ira, el resentimiento, la irritación, la envidia, las quejas, etc.. asomen sus feas cabezas. Todos estos pecados tienen su raíz en la soberbia.
No obstante, lo que es aún peor, y es posible que pase, es sentirse justificado por tener todas estas reacciones negativas. En mi ignorancia y en mi mente tan arrogante, puedo creer que está bien comportarme de esta manera. Es por eso, que para reconocer estas reacciones por lo que realmente son, necesito el segundo e importante ingrediente: Necesito pensar detenidamente y asegurarme que Dios esté en mis pensamientos. Eso es lo que la Biblia llama “comunión” con Dios por medio de Su Palabra, Su Espíritu y sus siervos en la iglesia. A través de estas 3 cosas, recibo luz (entendimiento) de lo que me está haciendo reaccionar de la manera en que lo hago, y pronto me lleva a lamentarme y a odiar cada vez más estos pecados. Es por eso que una de las cosas más tontas que puedo hacer en la vida es alejarme de la comunión con otros miembros en el cuerpo de Cristo.
A veces la gente dice que está orgullosa de algo. ¿Está mal eso?
No. Hay algo más que en ocasiones llamamos “orgullo” y puede ser positivo. Es un sentimiento de satisfacción o alegría que viene porque mi familia, mis colegas, mis amigos o yo hemos logrado algo que es provechoso. Muy a menudo decimos que estamos “orgullosos” de estas cosas o de pertenecer a un determinado grupo o equipo; pero no hay nada de malo en este tipo de “orgullo.”
Del mismo modo, si estoy capacitado y tengo experiencia en mi trabajo o profesión, es bueno que esté seguro de lo que hago. Sería una lástima ver a un médico que no está seguro de si la medicina que me está dando es la adecuada; o ver a un piloto que solo está adivinando cómo volar el avión en el que yo voy.
Este tipo de “orgullo” no es pecado; es certeza y confianza que nos permite hacer las cosas. Y tiene un buen impacto. Sin embargo, es muy diferente al orgullo o soberbia que mencionamos anteriormente, la cual es raíz de todo pecado.
¿Cuáles son algunos ejemplos de orgullo o soberbia?
Hay muchas, pero muchas maneras en la que los efectos del orgullo se manifiestan en una persona, ya sea en su comportamiento o en lo que hace. Aquí describimos algunos ejemplos:
- Ofenderse: Porque ya sea que a mí o mi familia nos hayan tratado de una manera “denigrante.” Y ellos o yo deberíamos haber tenido un trato mejor y más justo.
- Enojarse: ¿Cómo se atreve la gente a tratarme así o a hablarme de esa manera? Yo, que soy tan importante.
- Ser pasivo o inactivo: Porque pienso que no puedo hacer las cosas perfectamente y si cometo un error voy a parecer un estúpido. Así que, si no puedo ser perfecto, no voy hacer nada.
- Quedarme callado y no decir lo que pienso: Porque puede que diga algún error.
- Estar agitado e intranquilo: Porque algunas personas dijeron algo negativo acerca de mí y hablaron mal a mis espaldas. No puedo soportar el reproche y la deshora, así que tengo que ir por todos lados a tratar de explicar mis acciones o motivos.
- Jactarse o alardear: Porque cuando cuento un incidente o platico de un evento que me contaron, es importante para mí que lo haga de una manera que me ponga en la mejor luz posible.
- Mentir: Porque si digo la verdad las personas van a pensar mal de mí o puedo meterme en problemas, y claro es importante que todos piensen bien de mí.
- Despreciar a otras personas: Porque hacen las cosas diferentes y pienso que la forma en que yo las hago es la mejor, más culta o refinada. O creo que son menos inteligentes, talentosos o ricos ¡Y en cualquier caso, el menospreciar a los demás me hace creer algo superior!
- Desanimarse: Porque cuando las cosas no salen como a mí me gustaría, y no veo cómo lo harán. Quizá esto no parece soberbia, pero es pecado, porque mis sentimientos y planes tienen un rango más alto en mi vida que la voluntad y la guía de Dios.
¿Cómo vencemos la soberbia?
Puedo vencer la soberbia si reconozco que está en mí y lo que puede causar, y si al mismo tiempo trabajo conscientemente en contra ella en mis pensamientos, palabras y acciones.
“Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros.” Cuando Dios está presente en mis pensamientos, Él trae juicio y disciplina. Así es como nos muestra nuestras deficiencias y llegamos a darnos cuenta dónde está trabajando la soberbia. Sabemos que dónde vive nuestra propia voluntad, allí es dónde podemos humillarnos y ser obedientes a las leyes de Dios. Es por eso que sigue diciendo más adelante en el mismo capítulo, ...” Humillaos delante del Señor, y él os exaltará.” Santiago 4:10.
¿Qué significa “humillarme a mí mismo?
En efecto, lo que no significa es ir de un lado a otro desanimado diciéndome a mí mismo que soy inútil, no tengo esperanza, que soy demasiado malo para cambiar, etc… Tampoco tiene nada que ver con la adopción de algún tipo de comportamiento exterior que se ve “humilde.” Estas son cosas inútiles para enfrentar la soberbia. En cualquier caso, están completamente en contra de la Palabra de Dios, visto que Su Palabra solo da esperanza a cada ser humano sin importar cuán profundamente hayan pecado. En suma, ¡todas estas cosas son solamente soberbia disfrazada!
Jesús, “se humilló a sí mismo, haciéndose obediente…” (Filipenses 2:8) No es posible humillarse a sí mismo sin estar dispuesto a obedecer los mandamientos de Dios. Por ejemplo: No quiero huir de las pasiones juveniles (2 Timoteo 2:22) y pienso que obtendré felicidad y estaré mucho mejor si sacio mis deseos. Así es como la gente piensa naturalmente, por eso el mundo está lleno de historias trágicas de cómo tal comportamiento ha llevado a tantas penas. Me humillo a mí mismo cuando estoy dispuesto a aceptar que las leyes de Dios son verdaderas, y huyo de todo mi corazón. ¡Es un hecho, me estoy humillando! No importa que los demás piensen.
Otro ejemplo sería cuando me siento preocupado y hago lo que está escrito: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios…” Filipenses 4:6. No afanarme cuando soy tentado a lo contrario es lo que significa humillarse, porque entonces estoy siendo obediente a la voluntad de Dios en lugar de la mía. Este es el antídoto perfecto para deshacerme de esos pensamientos que creen que yo lo sé todo y no necesito la ayuda de Dios. Tal humildad es lo opuesto al pecado de la soberbia. ¡La humildad es el Espíritu de Jesucristo!
Fuente: Cristianismo Activo
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